miércoles, 29 de julio de 2009

Relato de Afganistán

Decían que nuestra ciudad era la más peligrosa de todo el país y más en los tiempos que corrían. Afganistán se había convertido en un hervidero de bombas y disparos, que era lo único que se oía cuando intentabas dormir por las noches. Eso y las pisadas presurosas de los soldados que iban de un lado para otro con sus rifles en la mano y cumpliendo órdenes de sus superiores. Con el tiempo, me había acostumbrado a dormir con aquellos ruidos al otro lado de mi puerta. Con el tiempo había aprendido a obviar a los soldados, y a odiarles. Pero aprendí, también, que el odio y el amor estaban más unidos de lo que yo imaginaba.

Esa mañana habían puesto una bomba en el mercado de la ciudad. Yo no me enteré hasta que pasé por allí con mi hermana pequeña, Nashla. Al ver la sangre y los cuerpos desmembrados, corrí a refugiarla contra mi pecho, por mucho que protestara. Sin dejarla ver nada, la alejé de allí lo más rápido que sus torpes piernas me permitían. Cuando llegamos a un callejón en el que la sangre ya no corría, destapé sus ojos y la ordené que fuera a casa y que no se parara. Cuando me di la vuelta para volver a la plaza del mercado, ante mí se alzaba una figura de un soldado americano. Su arma descansaba en el suelo y sus manos estaban manchadas de sangre. En sus ojos había lágrimas, pero no comprendí bien el porqué.

- Por favor... - murmuraba-. Por favor.

El alma de aquel hombre sufría por lo que acababa de vivir. Tenía miedo, sentía la rabia y la ira de los que habían matado unos metros más allá y lo temía. Sentía la muerte cernirse sobre cada habitante de aquella ciudad, incluido él mismo. Él no servía para soldado y eso lo supe desde el primer momento en que le vi sollozar con las manos manchadas de sangre.

Apenada por su sufrimiento, le arrastré por el callejón y por sus calles contiguas hasta llegar a mi casa. Le senté en una silla de la sala de estar y me aseguré de que Nashla no estuviera cerca de aquella manos ensangrentadas. Le llevé un cuenco con agua y unos paños. Se lavó las manos y la cara.

- Muchísimas gracias -dijo mientras me sentaba a su lado.

- No hay de qué -Nashla espiaba por entre las cortinas y cuando se percató de que la miraba, desapareció-. Usted no sirve para ser soldado, ¿qué hace aquí?

El soldado me miró incrédulo. Quizá había sido demasiado atrevida al hablarle de esa manera a un soldado americano. Por suerte no tenía su arma consigo.

- Supongo que no me quedó más opción.

Él no hablaba más y yo no pretendía darle conversación. Así que cuando se sintió con fuerzas suficientes, salió de mi casa y no le volví a ver más. O eso pensé hasta que me le encontré unos meses después en la zona de otro atentado. A diferencia que el primero, ya no había muertos en la plaza. A diferencia del primero, yo iba en calidad de voluntaria allí, con un grupo de jóvenes que solía limpiar la zona de los atentados. Y, a diferencia del anterior, él iba de civil y se afanaba por quitar escombros de la calle.

- Volvemos a encontrarnos -dijo él. Se acordaba de mí.

Recogimos esa zona y muchas otras antes de que nos diéramos nuestro primer beso, escondidos en un banco de un parque cercano a mi casa. Y recogimos muchas más zonas antes de que él decidiera llevarnos fuera de Afganistán a Nashla y a mí.

- Este lugar es demasiado peligroso -decía mientras me abrazaba-. Y no quiero que ni tú ni Nashla salgáis heridas por culpa de un terrorista insensato.

Obviamente, yo tampoco quería salir herida de allí ni tampoco quería que mi hermanita pequeña muriera mientras jugaba por la calle. Pero él no entendía que aquel era mi país, mi ciudad. Mi tierra. Quería quedarme, tenía que quedarme, por muy peligrosa que fuera y por mucho que él se empeñara en sacarnos de ahí. Él quería marcharse, pero puso como condición que le acompañáramos en su viaje.

- No pienso marcharme de aquí, Michael. Este es el lugar al que pertenezco. Fuera de aquí, moriría.

- ¿Y aquí no? Mariam, es muy peligroso quedarse aquí mientras las bombas vuelan por encima de tu cabeza.

- Pero es lo que quiero, porque yo amo a esta tierra. Por mucho que te duela.

- No lo entiendo.

Cogí sus manos entre las mías.

- Yo tampoco entiendo porqué moriría si me marchara de aquí. Pero no hace falta entenderlo para saber que es así. Es mi tierra, Michael. Y por muy peligrosa que sea, yo la amo. No podría alejarme de mis raíces, soy una persona que no sobreviviría a eso. No conozco otra cosa que no sea esto y no quiero conocer nada más -sus ojos estaban tristes-. Vete tú si quieres, vuelve a Estados Unidos. Pero yo me quedo aquí. Y Nashla se queda conmigo.

En aquel momento me pareció lo más razonable y lógico que nunca hubiera dicho. Obviamente, Michael se quedó con Nashla y conmigo. Nos casamos. Tuvimos una preciosa hija. Pero ahora la respuesta que le di a Michael no me parece tan lógica. Ahora entiendo que mi hija podía haber nacido en Estados Unidos, que nos podíamos haber casado en Estados Unidos. Pero supongo que ahora es demasiado tarde para pedir perdón por lo que no hice en su momento. Supongo que, ahora que la sangre brota de mi cabeza, ya es demasiado tarde para decirle a Michael que debería haberme ido con él.




Shurha

1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Nunca, nunca, es demasiado tarde.