lunes, 25 de octubre de 2010

07. Zack

No lograba entender cómo Kim se había tomado tantas molestias. A veces llegaba a pensar que la chica le veía como algo más que un buen amigo de la universidad. Si que era verdad que alguna vez le había dicho que era atractivo y en una ocasión (cuando Connor todavía iba a clase) se habían acostado, error que no volvería a pasar, aunque siempre se había planteado la posibilidad de volver a hacerlo.
Pero no. Era el típico polvo que no se llega a realizar. Como el amor platónico pero en sexo.

Le costaba admitirlo y jamás lo diría, pero quería a Kim. A fuerza de haber pasado cosas con ella y de que ella le aguantara cientos de cosas, había ido desarrollando un cariño que no había desarrollado ni con su propia familia. Era más, pensaba que Kim era su única familia. Que ni su tía ni su padre existían para él, ni él para ellos. Los años pasan y los sentimientos se van disolviendo… tanto los buenos como los malos.

Recogió su plato y lo dejó en la pila vacía. Además de haber cocinado, Kim también había fregado los cacharros de la noche anterior. En el fondo se lo agradecía, pero no se lo había dicho. Suponía que la chica ya estaba acostumbrada a sus silencios. Además, se había ido antes incluso de que empezara a comer.

Abandonó los platos sucios en el fregadero, a la espera de un momento en el que le apeteciera fregarlos.

Fue hacia el salón. El “problema” de no tener nada en qué ocupar sus mañanas y sus tardes era que tenía unos horribles espacios muertos hasta las siete, hora en la que se iba a tomar una copa y empezaba su ruta nocturna. Más de una vez se había planteado trabajar, pero no le gustaba eso de ir a un lugar donde tuviera que conocer gente e interactuar con ellos. Además, no necesitaba el dinero.

Tenía malas experiencias con la gente. Por eso las únicas relaciones que se permitía eran esporádicas y Kim; ella iba a parte. ¿Para qué necesitaba más? ¿Para que viniera un Zack cualquiera? No. No quería otra persona como él en su vida. Ese cabrón…

Se tumbó en el sofá. Hacía mucho tiempo que no se acordaba de Zack y, la verdad, no lo necesitaba. Vivía muy bien sin tenerle en la mente y su repentina aparición sólo le iba a producir dolor de cabeza, lo veía.

Suspiró, cansado, y se llevó un brazo a la frente. Deseaba echarse una siesta. Era más, la necesitaba. Pero sabía que no era posible. De hecho era prácticamente imposible.

De repente, se levantó. Necesitaba unas aspirinas; Kim no le había dejado el bote. Fue a su habitación y se cambió de ropa. Pensó en aprovechar la salida a la farmacia para ir a dar un pasos y, después, dirigirse al bar de siempre, el único antro a las afueras que abría entresemana hasta tarde. Sacó su cazadora de verano y se la puso por encima. Se calzó sus deportivas. Y se dirigió hacia la puerta de su casa, arrastrando los pies.

Al abrir, se encontró con los ojos de Kim mirándole por detrás de las gafas.

-Me olvidé aquí el móvil…

Connor se apartó sin decir una sola palabra y vio cómo la chica corría hacia la cocina. Momentos después salía, sonriente.

-¿Ha llamado alguien?

Se encogió de hombros. Kim anduvo hacia la puerta y, al llegar a la altura de su amigo, éste la cogió del brazo. La chica pegó un respigo y levantó la mirada, sorprendida.

-¿Quieres dar una vuelta? –vomitaba las palabras. Las letras se habían precipitado de tal manera por su boca que habían formado una masa casi ininteligible.

-¿Perdón? –no sabía si lo decía porque no lo había entendido o porque no daba crédito.

-Que si quieres dar una vuelta.

Kim sonrió y salió por la puerta. En silencio, Connor respiró aliviado y dio gracias al cielo en el que no creía por haber tenido el valor de decir aquello. Quizá no era hora de cambiar su vida, pero sí de poner ciertas cosas en su sitio.




·Cris.

lunes, 18 de octubre de 2010

06. Recuerdos lejanos

[Para la amante de los ritmos lentos. Aquí tienes tu "más"]


La televisión sonaba lejana en su cabeza, aunque estaba a menos de dos metros de él. Era como si la voz de la comentarista de deportes del noticiario viniera de una dimensión paralela y Connor no pudiera oírla con total claridad. Eran alrededor de las tres y media del mediodía, en su estómago sólo descansaban los donuts que había traído Kim y ya tenía un vaso de su mejor escocés sobre la mesa. Miraba abstraído la pantalla de la televisión, pero era como si no viera nada.

Al contrario que otras veces, la conversación con su amiga le había abiertos los ojos, le había hecho acordarse de aquel año infructuoso que había pasado en la universidad y que sólo había servido para emborracharse todos los fines de semana, seducir a una cantidad ingente de mujeres (de cuyos nombres no se acordaba) y estar al borde del coma etílico o el paro cardiaco por sobredosis. Según recordaba él de lo poco que había quedado en su memoria tras los litros de alcohol, no había sido un buen año. Aún así, se lo había pasado bien.

Incluso alguien como él se podía permitir tener recuerdos y rememorarlos de vez en cuando.

Se inclinó sobre la mesa para coger su copa y, sin querer, recordó aquel primer día de facultad. Se sentía perdido, demasiado novato en un sitio que a él le parecía demasiado grande y con mucha gente. Las escaleras y los pasillos estaban atestados y bloqueados por estudiantes de años superiores que hablaban a voz en grito y le empujaban contra la pared. Encontró su clase después de buscar durante quince minutos en la planta en la que debería estar; alguien había cambiado los papeles que estaban pegados a las puertas con cinta adhesiva. En el aula tan sólo había un par de personas, así que se dirigió a la última fila, que estaba completamente vacía y se sentó justo en el medio.

Vio entrar a gente medio perdida y a gente que sonreía al reconocer entre las pocas personas que había en la clase a amigos del instituto. Pero nadie se sentó a su lado. Todos los que pasaban cerca de él le miraban con recelo e incluso pudo ver en algunas miradas un cierto reflejo de miedo. En el mismo instante en el que supo que sus compañeros de clase le temían y le tenían respeto, dos sentimientos crecieron en su interior: satisfacción y repulsa hacia sí mismo y hacia los demás.

A falta de cinco minutos para que comenzara la clase, nadie se había atrevido a ponerse en los dos asientos contiguos a Connor y éste ya pensaba que se iba a pasar todo el curso solo, eso si decidía ir a clase. Pero, cuando sólo faltaban dos minutos para empezar, una pareja entró por la puerta. El chico tenía el pelo liso y despeinado; mechones rebeldes se levantaban hacia el techo. La chica, por el contrario, era rubia y su pelo rizado caía ordenado y bien peinado sobre sus hombros. Los dos tenían las mejillas sonrosadas.

Y de todos los sitios que había en la clase, de todas las mesas libres, de todos los compañeros amables y simpáticos que había en el aula… tuvieron que elegir los pupitres que estaban a su lado. Tuvieron que elegirle a él.

Suspiró mientras se llevaba el vaso a los labios. El whisky le pasó por la garganta hasta su estómago y sintió una ligera sensación de ardor. Le encantaba que le ardiera la garganta de esa manera. Se echó sobre el sofá y cerró los ojos. El hielo tintineó, golpeando el cristal, cuando bajó la mano y la apoyó en su pierna. No podía dejar de pensar en las palabras de Kim.

Al fin y al cabo, quizá tenía razón. Quizá debería sentar la cabeza, plantearse de verdad el volver a estudiar y abandonar el whisky, las mujeres y a lo mejor también el tabaco. Quizá debería comportarse como la persona que el resto del mundo pensaba que era, serio, responsable y con un futuro brillante por delante gracias a su padre. Quizá.

Pero, aunque lo pensara, aunque una ínfima parte de su cabeza estuviera de acuerdo con Kim, jamás se lo contaría. Y estaba prácticamente seguro de que jamás lo llevaría a cabo.

Oyó unos pasos entrar en el salón y abrió los ojos. Kim estaba allí, vestida con una de las camisetas que él usaba para casa y que tenía un agujero a la altura del ombligo, por donde se adivinaba el brillo de su piercing. Se había recogido el pelo en un moño desordenado del que salían mechones rebeldes.

-He preparado algo de pasta… Creo que deberías comer bien por una vez.




·Cris.

martes, 12 de octubre de 2010

05. Café con leche y donuts

Se podía decir que Kim era la mejor (y única) amiga de Connor. El cómo le soportaba sus comentarios bordes y sus malos modales todavía era un misterio. Kim había sido el principal blanco de todas sus bromas, de todos los comentarios fuera de lugar, de todas las cosas que decía borracho, de sus malos actos. Pero ella, aun habiendo sido la principal perjudicada en esa relación, seguía al pie del cañón. Era incansable y, en el fondo, seguía teniendo una pequeña fe en que, en algún momento de su vida, Connor dejaría la bebida, las drogas, los somníferos y las mujeres para sentar la cabeza. Al fin y al cabo, tenía veintitrés años mal cumplidos y le quedaba toda una vida por delante.

Ambos se sentaron a la mesa y apartaron el jarrón para poder verse. Durante la primera media hora no cruzaron más de cinco palabras seguidas cada uno; la conversación entre ellos casi siempre era nula. Kim perdía la mirada más allá de la ventana de la amplia terraza y Connor la perdía entre los pechos pequeños de su amiga. No podía evitarlo.

-¿Has pensado en decorar esta casa? –preguntó Kim mientras se llevaba su donut a la boca para pegarle un pequeño mordisco.

-No –dijo solamente Connor, y dio un trago a su café.

-Venga ya. Tienes dinero de sobra y sólo te lo gastas en mujeres, alcohol y drogas. Podrías invertir un poco de ese dinero en este apartamento.

-Prefiero seguir gastándomelo en mis caprichos.

-Caprichos estúpidos.

Una sola mirada fulminante bastó para que Kim se callara y pusiera toda la atención en su donut de chocolate. Se quedó en silencio durante unos diez minutos y cuando decidió volver a hablar, el café había desaparecido de su vaso y de los donuts sólo quedaban las migas encima de la mesa.

-¿Haces algo esta tarde? Podríamos ir al cine antes de que tenga que entrar al trabajo.

-Pensaba salir –Connor se levantó y, de un rincón de la cocina, cogió un paquete de tabaco. Sacó un cigarrillo y, acariciándolo casi con cariño, se lo metió a la boca y lo encendió.

-Pero si es lunes…

-¿Eso me ha parado alguna vez?

-Debería.

-Pues no lo hace –dio una calada larga y el humo se escapó en finos hilos blanquecinos por las comisuras de su boca. Alargó la cajetilla de tabaco a Kim y ésta, alargando el brazo, cogió un cigarrillo. Connor le ofreció el mechero.

-Como amiga es mi obligación decirte…

-Que mis hábitos de vida no son buenos, ya lo sé. ¿Y qué? A mí me gustan. No hay más que discutir.

-Deberías estudiar.

-Lo intenté. No es lo mío, ¿recuerdas? Tú estabas allí.

-Todavía sigo creyendo que no lo intentaste lo suficiente.

-Bah.

Volvió a dar una calada profunda y larga en la que casi sintió cómo los pulmones se le llenaban de humo. Y, mientras lo echaba, se marchó de la cocina arrastrando los pies descalzos por las baldosas. Kim resopló.




Cris.