lunes, 6 de julio de 2009

Memoria de una injusticia

Era de noche y los dos amantes se tomaron de las manos y se miraron a los ojos. Las palabras del sacerdote eran como campanas en la oscuridad, tan sólo iluminada por cientos de velas, que hacían del jardín un edén de sombras. La pareja se fue acercando, para sellar su sagrada unión con un beso. Como si aquello no pudiera separarles nunca. Cuando apenas les faltaban unos pocos centímetro para legitimar su sagrada unión, algunos soldados entraron en el jardín y apuntaron a la pareja con sus armas.

Con fuertes brazos separaron al joven y se lo llevaron, arrastrándolo por entre los árboles y arbustos, rasgando sus ropas y arañando su piel. La joven y el sacerdote quedaron solos en el jardín cuando de los ojos de ella empezaron a brotar lágrimas amargas.

- ¿A dónde se lo llevan, padre? -dijo al sacerdote. El anciano parecía alterado por que los soldados se llevaran al chico.

- No lo sé, hija.

Pero antes de que el hombre pudiera decir nada, la joven salió corriendo por el camino por el que había desaparecido su querido William. Gritaba su nombre en la oscuridad, pero su voz no la llamaba a ella. Iba a la deriva por entre los árboles y pronto desembocó en un camino iluminado por algunos faroles, un lugar imposible para seguirle la pista a los soldados.

Buscó consuelo en su padre pero él, tan frío como siempre, solo la dio unas palmaditas en la espalda y la dejó descansar, pues decía que a la mañana siguiente se encontraría mejor. Ella no entendía lo que quería decir su padre. ¿Cómo se iba a sentir mejor si habían arrestado a su prometido sin ninguna explicación?

A la mañana siguiente llegó una carta para ella, que rezaba que su prometido había sido arrestado por sus numerosas faltas y crímenes. ¿Qué crímenes? La carta no lo especificaba. Tampoco decía dónde había sido encarcelado, así que no podría ir a verle. Pero, aún con toda la pompa del sello real en la carta y todo aquello, la chica no se creía que William fuera un delincuente cualquiera.



Pero pasaron los años y ella no tuvo ninguna noticia de William ni de su encierro. Su padre había decidido que lo mejor para ella sería olvidarle y que encontrase un nuevo hombre con el que poder casarse y llevar una vida más o menos feliz. Pero ella no quería. ¿Cómo podría olvidar a William? Su padre no la comprendía y, además, la quería obligar a casarse con alguien de quien no estaba enamorada. ¿Cómo podía ser tan insensible, su padre? No lo comprendía y nunca lo llegaría a comprender.

Aún así, su padre se salió con la suya. Consiguió que ella aceptase la mano de un hombre rico y de buena posición social. Los remordimientos anidaban en su cabeza durante todo el día desde que le conoció hasta que el día en el que debía de celebrarse la boda. E incluso años más tarde, los remordimientos volvían de vez en cuando para torturarla y hacerla sentir culpable por lo que había hecho.

El día de la unión de la chica con su nuevo prometido era un día soleado, aunque ella no dejaba de derramar lágrimas. Iba a ser una celebración pomposa, llena de invitados, flores, cintas, sillas y un gran banquete para todos los asistentes.

El sol ya había llegado a su punto más alto cuando el sacerdote preguntaba si alguien tenía algo en contra de aquella sagrada unión que se estaba celebrando. Cuando estaba a punto de legitimar la unión, una voz fuerte y decidida sonó en el jardín iluminado por el sol:

- Yo tengo algo que objetar -todo el mundo se giró hacia el lugar del que provenía la voz y vieron a un joven sucio y descuidado, que se acercaba con paso firme hacia donde estaba la pareja. La joven, que había estado aguantando las lágrimas durante toda la ceremonia, sintió cómo toda su fuerza de voluntad desaparecía y su vista se hacía borrosa ante la visión del joven preso liberado-. Esta ceremonia no debería concluir así.

Los asistentes a la boda callaron. El padre de la novia enrojeció de ira. El novio quedó estupefacto. La novia lloraba. El sacerdote no sabía qué decir. Todos esperaron a que el joven recién llegado dijese lo que había ido a decir.

- Esta joven no es su legítima esposa, sino la mía. Vengo a por lo que me fue arrebatado hace años. Vengo a por mi felicidad... -sonrió a la joven novia, que le dio la mano y miró a su padre, sin decir ninguna palabra.




Años más tarde, cuando los dos amantes despertaron juntos una mañana lejos de todo lo que les había separado años atrás, la chica se atrevió a preguntarle de qué crímenes era culpable. William sólo respondió con una frase:

- Mi único crimen fue amarte cuando no me estaba permitido.




Shurha (Sé que este tema y desarrollo es el más típico, pero a mí me gusta...)

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