sábado, 10 de diciembre de 2011

26. Gritos e insultos


-¿Qué? –inquirió él, entre sorprendido y molesto con ella.
-Que eres un crío. Por el amor de Dios, me llamaste borrachos sólo para insultarme. ¿Es que no tienes huevos para decirme lo mismo sobrio, Connor? ¿Eres de esos hombres cobardes que tan poco soporto? Porque, sinceramente, jamás me había dado cuenta de ello, pero, al parecer, ocultas muy bien las cosas.
-No te lo diría sobrio porque no es lo que pienso.
-Sí, claro. Y voy yo y me lo creo. No soy tonta, Connor, no nací ayer. ¿Y qué es eso de que “los borrachos dicen la verdad”?
-Si haces más caso a un dicho popular estúpido y sin sentido que a mí es tu problema, no el mío. Apáñatelas como quieras.
Kim estaba roja, aunque Connor no sabía determinar si era por la vergüenza o por la rabia que le causaba su respuesta.
-Y, si me lo permites, tu reacción también fue infantil.
-¿Y qué querías que hiciera? –dijo Kim. Ya empezaba a subir el tono poco a poco, acercándose al umbral de los gritos-. ¿Quedarme callada mientras oía cómo me llamabas de todo menos guapa? ¿Mientras te escuchaba insultarme borracho? No, Connor, las cosas no son así y yo ya no estoy por la labor de aguantar más gilipolleces. Eso estaba bien cuando teníamos diecinueve años y nos emborrachábamos Zack, tú y yo todos los fines de semana. Pero ya las cosas han cambiado y el tiempo ha pasado, por mucho que te pese. Ahora yo tengo un trabajo y unas responsabilidades y no tengo ni tiempo ni ganas de encargarme de un crío que sólo vive para emborracharse todas las noches.
-Nadie te pide que te encargues.
-Nadie me lo pide directamente, no, pero siempre soy yo a quien llamas borracho, siempre soy yo la que se encarga, la que te lleva café, la que te hace la comida de vez en cuando. Ya estoy cansada. Llama a Zack, para variar un poco.
Kim sabía que el único tema que no podía sacar con él era Zack. Lo sabía, y perfectamente, pero no hacía más que mencionarle a cada frase que decía, y le estaba empezando a cargar.
-Eso sí ha sido infantil, Kim. Atacar así con esa maldad sólo podía hacerlo un niño. Bueno, y tú.
Silencio y miradas asesinas.
-Al final va a resultar que lo que te dije sí que lo pensaba…
Y así, con las mismas, agarró el picaporte y abrió la puerta con violencia. Salió del cuartucho, dejando a Kim en la habitación, con los puños apretados y los dientes también, con una fuerza que dejaba los nudillos blancos y la mandíbula dolorida. Sin quererlo, empezó a llorar mientras escuchaba los pasos apresurados y fuertes de Connor en las escaleras.
En el piso de abajo, Tara se asomó al pasillo justo cuando Connor pasaba por la puerta del salón.
-¡Connor! ¿Qué ha pasado?
No recibió ninguna respuesta por parte del hombre, como era de esperar.
-¡Connor! –gritó más fuerte cuando Connor salió de la casa, dando grandes zancadas.
Amanecía ya, con colores naranjas y ocres en el cielo. En algún árbol cercano se oían pájaros cantar recién levantados. Y él allí, con una rabia que no le cabía en el pecho y sin haber dormido nada, con las piernas cansadas y la boca llena de insultos que se había callado, sólo por respeto.
Entró en el coche y cerró la puerta con violencia, casi con la misma con la que había abierto la puerta de Kim. Golpeó el volante dos veces con los puños, sin explicarse cómo él, tan poco violento, se había llenado de tanta rabia, así de repente. Pensó que era otra de las cosas que sólo Kim podía hacer.
Arrancó el coche y se fue de allí mientras amanecía en el cielo. Pensó en que era un buen momento para encontrar una cafetería por el centro donde desayunar un buen café con leche con un cruasán con mantequilla.