sábado, 8 de octubre de 2011

23. Whisky y Manhattan

Connor suspiró, sabiendo que estaba ciertamente perdido. Examinó con detenimiento cada centímetro del rostro de Rouge, que jugueteaba con la pajita negra de su Manhattan. Tenía una media sonrisa pícara dibujada en sus labios, contorneados de granate, que era el único maquillaje que llevaba. Sus ojos profundos se clavaban en los suyos, como si le estuviera desafiando o invitando a cruzar la línea que separaba el sexo eventual de las excepciones a la norma.

-¿Tengo elección? –dijo, finalmente.

Ella se tomó su tiempo para responder. Cogió su copa con parsimonia y bebió un trago.

-Todo el mundo tiene elección. Otra cosa es que el abanico de posibilidades esté lleno de buenas opciones o sólo haya una adecuada.

Sonrió y estuvo un rato en silencio. Connor no dijo nada. No tenía nada que decir, al menos de momento.

-De todas formas, si has venido aquí esta noche es por algo, ¿no?

No estaba dispuesto a reconocer que él también quería hacer una pequeña excepción a la norma, aunque la sola perspectiva de una relación seria le produjera sinceras carcajadas.

-No tiene por qué.

-Vamos, Connor, sé un poco sincero, ¿quieres? El sexo ayer fue realmente increíble, ¿y vas a haber bajado al bar a la hora a la que te he propuesto quedar sin razón aparente?

-Si.

-No me lo creo.

-Pues no te lo creas. Al fin y al cabo, es tu elección.

Rouge alzó la ceja, sorprendida y agradada.

A partir de ese momento, entre los dos se inició una conversación visual que cada vez se ponía más tensa. No se apartaban la mirada el uno del otro y a cada segundo que pasaba parecía que uno de los dos iba a cruzar la mesa que les separaba de un salto y comerle la boca al otro con furia desenfrenada. Connor se terminó de un trago el whisky y pidió otro al camarero, levantando la mano y forzando una sonrisa; Rouge jugueteaba con la pajita y bebía su Manhattan con lentitud y cierta lujuria.

Media hora después, Connor ya sentía que la cabeza la viajaba a lugares insospechados y Rouge se trababa un poco al hablar. Se le había caído uno de los tirantes de la camiseta y Connor rememoraba lo que había debajo del resto de tela que quedaba en su sitio.

Rouge se levantó y se acercó al oído de Connor, con la misma tranquilidad con la que se había bebido el primer Manhattan.

-Te espero en el baño de chicas.

Él se terminó el whisky mientras observaba las serpenteantes caderas de Rouge alejarse hacia el lavabo. Se levantó lentamente cuando ella desapareció por la puerta del baño y anduvo hacia allí, obviando las miradas casuales de la gente que estaba en el bar. El camarero seguía coqueteando con la morena; un grupo de adolescentes se tomaban unas cervezas; una pareja pasaba de las palabras a los hechos en un reservado del fondo, justo al lado de los lavabos, y ni siquiera le prestaron atención.

Empujó la puerta con determinación y allí estaba Rouge, sentada en la encimera de los lavabos, mirándole y con el tirante de la camiseta aún bajado.

-¿Ya has tomado una decisión?

Connor se quedó quieto, junto a la puerta, esperando el mejor momento para acercarse a ella.

-¿Connor? –llamó Rouge y él, como hipnotizado por el sonido de su voz, se movió unos pasos hasta el frente, hasta colocarse entre las piernas ligeramente abiertas de Rouge. La miró a los ojos y ella le correspondió la mirada con la misma intensidad. No dijeron ni una palabra; las manos en los muslos de Connor fueron suficiente respuesta para la pregunta que ella había pronunciado.

No se besaron; no hizo falta. Las manos se encargaron de todo.