domingo, 10 de julio de 2011

21. Portazos

El portazo sonó en toda la casa. Casi sintió cómo temblaba la puerta por el golpe y cómo la vibración llegaba por el suelo hasta sus pies. Apretaba la mandíbula con fuerza, descargando toda la rabia que le había metido Tara en el cuerpo sobre sus dientes. ¿Quién se creía que era para decirle lo que debía o no debía hacer? ¿A santo de qué se proclamaba mediadora entre Kim y él? Ambos eran lo suficientemente mayorcitos para resolver solos sus diferencias y si Connor, en un arranque de ebriedad evidente, se había dejado llevar por la rabia y la había llamado zorra, era su problema. Si Kim había decidido no pasarle ninguna más, era su decisión.

-Maldita Tara… -se fue hacia su habitación, donde se quitó la camisa y la tiró sobre la cama sin ningún cuidado. Cuando miró hacia la mesilla para comprobar que el móvil no se había fugado ni nada por el estilo vio cómo la pantallita brillaba.

Alzó la ceja. Nadie le llamaba nunca, por eso siempre dejaba el móvil abandonado en cualquier parte de la casa. Nadie le llamaba nunca porque se aseguraba de que nadie tuviera su teléfono, sólo las personas necesarias. Y no eran muchas. Así que se acercó a la mesilla y cogió el móvil, todavía algo sorprendido. Tres llamadas perdidas y un mensaje nuevo en su bandeja de entrada. Totalmente inédito.

Tanto las llamadas como el mensaje eran del mismo número, un número que no conocía y que o madrugaba mucho o trasnochaba demasiado. Abrió el mensaje.

¿Volver a vernos? Es una proposición. Pelo rojo y ojos marrones… Piénsatelo. Estaré en el mismo lugar que anoche.

Era como si el cielo, si realmente existía, hubiera escuchado sus pensamientos de esa misma mañana y convertir la respuesta que él quería tener en un mensaje de texto. Entornó los ojos, paladeando casi con lascivia esas palabras que sabían a victoria. Con todo, se sentía extraño, porque jamás había repetido con una mujer que no fuera Tara. Para él, el segundo polvo sin compromiso era como una especie de confirmación de que podía haber más. Y no le gustaba dar a entender cosas que no eran así.

Pero Rouge… Rouge era distinta. Si lo pensaba todo lo fríamente que le dejaba su entrepierna, no le importaría saltarse su pequeña regla por volver a ver a aquella chica de pelo llameante desnuda en su cama.