sábado, 13 de agosto de 2011

22. Segundas oportunidades.

Era una noche cálida. Demasiado cálida. Si hubiera decidido pasar todas las horas de oscuridad intentando dormir un poco bajo el efecto de los somníferos no lo hubiera conseguido, o tan sólo durante unas horas. Pero no. En vez de quedarse tirado en la cama mirando las manchas que adornaban el techo de su habitación, se había puesto los primeros vaqueros que había encontrado en el armario y una camisa limpia después de salir de la ducha y había ido hacia el bar, arrastrando los pies.

Cuando entró por la puerta, nadie se giró para mirarle. Ni siquiera recibió una mirada del camarero, que ligaba descaradamente con una belleza de pelo corto que le enseñaba el escote desde un lateral de la barra.

Con sólo una mirada ya supo que Rouge todavía no estaba en el local. Ninguna cabellera roja brillaba con las tenues y tétricas luces de aquel pequeño antro.

Se acercó a la barra y, de pie, pidió un whisky con hielo. El camarero le miró con odio mientras se alejaba de la morenaza, que sonreía con picardía, y le sirvió el whisky lo más rápido que pudo. Cuando Connor ya tuvo el vaso entre sus dedos y el camarero volvía a estar en el extremo de la barra hablando con la chica, notó cómo una mano le apretaba el trasero y unos labios se acercaban a su oído.

-Así que tu trasero prieto no fue un sueño… Afloja el culo, Connor, no te voy a hacer nada.

La voz de Rouge lo tranquilizó un tanto pero, aún así, no supo muy bien cómo reaccionar. Así que, con la mayor indiferencia que pudo, se zafó de la mano de Rouge y se dirigió a uno de los reservados del bar, hechos con bancos de maderas y cristales de colores deslucidos. Pudo oír cómo ella se reía entre dientes mientras él andaba a zancadas hacia uno de los bancos vacíos y pedía un Manhattan al camarero.

Se deslizó hasta el fondo del banco y observó a Rouge en la penumbra. Llevaba el pelo trenzado en dos largas trenzas rojas y con la cara despejada y fresca estaba mucho más guapa. Cuando tuvo su copa, se dirigió al reservado donde estaba Connor y se sentó en el banco frente a él, mirándole fijamente y dibujando una media sonrisa.

-¿Qué tal? –dijo, inocentemente.

-Bien.

-Qué borde que eres a veces.

-No suelo quedar con chicas con las que me he acostado la noche anterior, ¿sabes?
Rouge se humedeció los labios ligeramente y miró hacia la puerta antes de volver los ojos hacia él.

-Para todo hay una primera vez, ¿no crees?

-No me gusta.

-¿Así lo solucionas? ¿Con un “no me gusta”? Puede que en el resto de las situaciones de tu vida te haya servido. Seguro que te ha servido. Pero que sepas, tío borde, que de mí no te vas a escapar tan fácilmente. He de reconocer que me gusta andar por ahí por las noches y acostarme con hombres a los que no voy a volver a ver en la vida. Pero siempre hay excepciones. Y tú, te guste o no, eres una de ellas.

-¿Y qué si yo no quiero serlo?

Rouge se encogió de hombros.

-¿Qué tal fue el sexo ayer?

-Muy bueno –respondió prácticamente sin pensar Connor.

-Pues eso te perderías si no quieres ser una de mis excepciones.

Y, simplemente sonrió, sabiendo que el mundo era suyo.