lunes, 28 de marzo de 2011

17. Los besos de Rouge

Los besos de Rouge eran puro fuego, pero húmedos y precisos. Sus manos viajaron hasta su abultado pantalón en la oscuridad del amplio portal, sólo iluminado tenuemente por la farola de luz amarillenta que estaba frente a la puerta. Rouge soltó una risita, ahogada por la lengua de Connor. Era un soplo de aire fresco, comparado con la sordidez de los besos que le dedicaba Tara y que le había dedicado, de hecho, la noche anterior.

Le mordió el lóbulo de la oreja, empotrándole contra la pared en una furia animal que parecía haberla poseído por completo.

-Guau… -murmuró, lamentándose por el golpe en las lumbares.

Con la poca luz que entraba en el portal, sólo era capaz de adivinar una abultada cabellera roja cubriendo parte de la cara de Rouge. Despejó sus ojos con los dedos antes de volver a besarla con violencia. Violencia a la que ella respondió pegando su cuerpo al suyo y prácticamente arrinconándole en una esquina del portal.

-No veo el momento de que me subas a tu casa –la mano de la chica seguía en su entrepierna; no la había apartado desde que la había puesto ahí, poco después de entrar en el portal.

-Cuando me dejes salir de este rincón…

-Pero es que aquí quietecito estás muy bien.

La levantó sin apenas esfuerzo y dio un par pasos en la oscuridad hacia las escaleras. Poco después, notó que ella le seguía de cerca; pudo oír sus pasos como si fueran copias prácticamente exactas de los suyos. Subieron los escalones de dos en dos, ávidos, conocedores de lo que les esperaba al otro lado de la puerta del apartamento de Connor: su cama, el calor, el sudor, el placer… él se mordió el labio, ella se limitó a seguirlo.

Rouge no fue capaz de esperar hasta llegar a la cama de Connor, así que nada más se cerró la puerta del apartamento se abalanzó sobre él y le arrancó la camisa, sacándola de entre los vaqueros y tirándola en medio del pasillo. Connor se tambaleó hacia atrás con la embestida furiosa de Rouge y se le antojó que su nombre no sólo venía de su color de pelo, sino también de su fuerza incontenible, como la de una llamarada.

Le empujó por el pasillo hasta llegar a la cama de su dormitorio, donde le tiró. Su cuerpo semidesnudo rebotó contra el colchón. A la luz de las farolas que entraba por la habitación, la figura de Rouge se perfilaba llena de curvas, como una guitarra negra con los bordes blancos, que poco a poco se quitaba la camiseta y los vaqueros. Sin apenas respiración, observó cómo Rouge, a pasos lentos y bien medidos, se acercaba y se inclinaba, apoyando los brazos a los laterales de su cabeza; la fiera se había calmado, el fuego crepitaba tímidamente.

La besó. La tumbó en la cama. La quitó la ropa interior mientras ella se deshacía sobre el colchón. Ella le bajó los pantalones con manos ávidas.



Cuando se despertó (había conseguido echar una cabezada después de tomarse tres somníferos mientras Rouge dormía acurrucada en la cama junto a la pared de su habitación), la chica estaba recogiendo su camiseta del suelo. Connor se incorporó sobre un brazo mientras miraba la hora: las siete y media de la mañana.

Rouge se giró bruscamente al oír el roce de las sábanas contra la piel de Connor.

-Buenos días –la expresión de su cara se suavizó.

-Buenos días –respondió solamente él.

-Yo ya me iba…

-Bien.

-¿Bien?

-Sí, bien.

Rouge dio una vuelta sobre sus talones, buscando algo con la vista. Al parecer, no lo encontró, y volvió a mirar a Connor. Tenía una ligera arruga entre las cejas y los ojos estaban algo entrecerrados, como si le mirara con resentimiento. Él permaneció impasible, como siempre.

-Veo que ser borde viene contigo, no lo da el alcohol…

Y, con las mismas, todavía con la camiseta en las manos y las zapatillas desabrochadas, se fue con su melena roja ondeando a su alrededor, arrastrando los pies tras ella.

domingo, 13 de marzo de 2011

16. Rojo oscuro

El bar estaba oscuro y olía a cerveza mala. Un verdadero antro de periferia con su grupo en el fondo jugando a los dardos y armando barullo. Connor les miró desde la barra, donde estaba apeado, con su whisky entre las manos, sintiendo verdadera aversión por ellos; suficiente era su resaca ya como para que cuatro tocapelotas como ellos vinieran a gritar prácticamente en se oreja.

Y es que aunque en el fondo su cabeza se había opuesto a dejar el silencio refugio que era su apartamento, había estado a punto de obligarle a meterse a la cama e intentar dormir bajo el efecto de tres o cuatro pastillas para dormir, la parte poco racional y totalmente insensata de Connor había preferido bajar al bar y recuperar el tiempo perdido la noche anterior. Se lo debía a sí mismo y no podía permitirse perder la ocasión.

A sus espaldas se abrió la puerta y Connor pudo notar una ligera brisa recorrerle la zona de las lumbares, surcándole la camisa. Giró la cabeza levemente y alcanzó a adivinar entre la tenue luz del bar y la humareda que flotaba en el ambiente a una chica de cabellera roja, larga y ondulada dirigirse hacia la barra con el aire despreocupado y decidido de quien sabe que la mayoría de las miradas masculinas del local están puestas en ella. Y como algo más de tres cuartas partes del local eran hombres, tenía un gran éxito. Y era consciente de ello. Hasta el camarero le dedicó una mirada lujuriosa cuando la chica se acercó a la barra y se sentó en una de las desvencijadas banquetas.

-¿Qué te pongo, cielo?

-Un Manhattan –dijo, con voz melodiosa.

Connor se abstuvo de dirigirle ninguna mirada mientras estaba cerca de él, pero pudo ver por el rabillo del ojo como ella le miraba sin ningún disimulo. Aquello le rompía todos los esquemas, y más cuando la chica dibujó una sonrisa y me mordió ligeramente el labio inferior.

El camarero le dio la copa y ella la cogió y se bajó de la banqueta para acercarse a Connor. Se sentó junto a él y en un principio no dijo ni una sola palabra, pero después de un par de minutos en los que sólo se oía al grupo del fondo vocear, la chica dijo:

-Estás solo –mal comienzo.

-Tú también –peor, si cabía.

-Vaya… hoy no parece que estemos de humor, ¿eh?

Connor la miró durante un momento y luego giró la cabeza, dirigiendo la mirada al frente de nuevo. Se produjo otro silencio de otro par de minutos, tras el cual volvió a ser ella la que habló.

-Me llamo Sandra, pero puedes llamarme Rouge.

Connor volvió a mirarla y se contuvo la risa.

-¿Qué pasa, eres puta?

Rouge, o Sandra, o como quisiera llamarse, se quedó completamente lívida, aún debajo del maquillaje.

-¿Pero qué pasa contigo, tío borde? ¿De dónde sacas eso de que soy puta?

-Rouge es nombre de puta –conocía por Kim que en el burdel había una chica que se hacía llamar Rouge. Era francesa y su verdadero nombre era Adele…

-Viene de mi pelo, que te quede claro. Yo sólo soy una dependienta… -le miró, después de dar un trago a su bebida-. ¿Y tú cómo se supone que te llamas? ¿O sólo eres un tipo borde que no prefiere decir su nombre?

-Connor.

-Y dime… Connor. ¿Es esa tu manera de ligar?

Se regaló unos segundos eternos para pensarse la respuesta, aunque la sabía de sobra. Cogió el vaso y se lo llevó a los labios con parsimonia, para degustar un breve trago de whisky; podía sentir la mirada ávida y curiosa de Rouge puesta enteramente en él. Dejó el vaso y la miró, directamente a los ojos, de un marrón tan profundo que parecía chocolate puro.

-No lo sé –murmuró-. Dímelo tú.