viernes, 17 de junio de 2011

20. Conversaciones sobre Kim

Tara musitó un simple ‘gracias’ al camarero cuando éste le trajo el café con leche que había pedido. Connor ni le miró ni le dijo nada; tan sólo observó cómo Tara abría el azucarillo y vertía su contenido encima de la espuma impoluta del café. Ella, dando vueltas al café con la cucharilla, levantó la mirada.

-Habla con ella.

Connor levantó la mirada, observando a Tara desde el otro lado de la mesa, recostado sobre el respaldo de madera de la silla. Ella cogió la taza y se la llevó a los labios lentamente. Sopló el café y, después, dio un sorbo rápido y ligero. Devolvió el café al platito.

-¿De verdad crees que a Kim le gusta realmente la situación en la que estáis? ¿A la que, por cierto, ha llevado tu insensatez?

-Ahórrate las valoraciones personales.

-No quiero ahorrármelas, Connor. Porque, ¿sabes qué? Kim ayer no atendió a ningún cliente. Ni siquiera fue a trabajar. Marie la llamó al móvil para preguntarla que por qué no había ido al burdel y ella simplemente respondió que se encontraba mal. Después la llamé yo y me dijo que eras tan gilipollas que habías conseguido enclaustrarla en casa una noche de trabajo.

Se hizo el silencio. Connor la miraba con los brazos cruzados ante el pecho. Tara se había inclinado hacia delante, apoyando los codos en la mesa y clavando una mirada furiosa y ardiente en los ojos de él.

-Me lo contó todo –continuó, ya que Connor no tenía nada que decir o no quería decir nada-. ¿Cómo pudiste ser tan gilipollas? Sé que me vas a decir que estabas borracho, pero eso me da igual. Sigues siendo igual de imbécil.

-¿Y por eso pretendes que hable con ella?

-¿Es que no te das cuenta? –Tara alzó los brazos, desesperada por la actitud de su acompañante-. ¡Es la primera vez que Kim falta al trabajo en todo lo que lleva allí! ¡Y fue por ti, por tus estúpidos actos de borracho y porque le importas lo suficiente como para tomarse muy en serio todo lo que dices! ¿Piensas que Kim es inmune a las palabras? ¡Pues estás muy equivocado! Gracias a Dios, no todos somos tan jodidamente insensible como lo eres tú.

Connor volvió la cabeza bruscamente. ¿Insensible? Puede que lo fuera, pero no iba a permitir que Tara se lo echara en cara. Él era como era, tanto si era insensible como si no. Además, a ella le debería dar igual lo que hiciera o dejara de hacer con Kim, si hablaba con ella o si, sin embargo, dejaba que las cosas siguieran su curso. Se levantó bruscamente de la silla, tanto que ésta casi se cae al suelo del golpe, y, sin dirigir una triste mirada a Tara, anduvo la distancia que le separaba de la puerta del bar dando sólo unas pocas zancadas.

La puerta del local estaba abierta de par en par, así que no tardó más que unos segundos en desaparecer de la vista de Tara, que se quedó frente a su café.

-Muy bien, haz lo que quieras –musitó.

martes, 14 de junio de 2011

19. Día de verano

Miró por entre la cortina del salón. Era un día espléndido día de verano: el sol brillaba, no había ni un solo rastro de nubes en el cielo y todo parecía sacado de una película de Hollywood sobre la vida en el típico barrio perfecto, de la ciudad perfecta, con la familia perfecta. Era bucólico y a Connor hasta se le antojaba estúpida la manera en la que aquella mujer corría detrás de un niño con bermudas y una camiseta a rallas de colores. Suspiró.

Si por él fuera, si sólo dependiera de sus ganas por salir a la calle, se quedaría en casa. Pero en el fondo sabía que necesitaba salir y que le diera un poco el sol. Quizá dar un paseo, aunque fuera hasta el estanco de la esquina para comprar tabaco y alguna revista porno.

Se dirigió a su habitación, donde la cama esperaba pacientemente a ser hecha, y sacó del armario lo primero que encontró. Se lo puso, sin atender demasiado a cómo quedaba sobre él. Cogió las llaves, algo de dinero en monedas sueltas; dejó el móvil encima de la mesilla. Salió de la casa y trotó desanimado por las escaleras, dejando que las monedillas de su bolsillo tintinearan al chocar unas contra otras. En el portal se encontró a la mujer del primero, una anciana que vivía con dos gatos y que todas las mañanas salía a comprar el periódico y alguna revista de crucigramas. Connor sospechaba que no tenía ningún otro divertimiento que leer noticias, resolver pasatiempos y cuidar de sus gatos.

En la calle hacía más calor del que pensaba, así que se metió bajo la sombra de un edificio, intentando no chocarse con nadie. La mujer con el niño de la camiseta a rallas estaba sentada en el parque cercano, viendo cómo el crío se columpiaba mientras gritaba algo ininteligible. Una chiquilla, que no alcanzaría la mayoría de edad, cruzaba la carretera aguantando la solera que caía desde tan pronto. Un ejecutivo caminaba por la acera contraria con la chaqueta del traje colgando del brazo y un maletín en la mano contraria.

Cruzó la calle cuando el semáforo para peatones estaba a punto de ponerse en rojo. No vio a la chica que se le ponía por delante hasta que, prácticamente, la tenía encima.

-¡Connor! Mira por dónde vas, casi me comes.

Resultaba extraño ver a Tara con unos vaqueros cortos y desgastados y una camiseta blanca con un simpático monstruo impreso. Ocultaba sus ojos oscuros con unas grandes gafas de sol.

-¿A dónde ibas con tanta prisa? –preguntó Tara, cambiando el peso de una pierna a otra. Se la veía mucho más cómoda con aquellas deportivas que con los altos tacones que acostumbraba a llevar en el burdel.

-A ninguna parte –respondió, solamente, él.

-Pues si no ibas a ninguna parte… ¿te apetece tomarte un café conmigo? Precisamente estaba pensando en entrar a alguna cafetería o algo…

Connor se encogió de hombros. Tara se puso a andar en dirección contraria y, a falta de algo mejor, él la siguió hasta la cafetería. Estaba vacía a excepción de una pareja de ejecutivos que desayunaba en el fondo, en una mesita de mármol y cristal, mientras discutían sobre cuestiones de trabajo.

El camarero que les atendió era el típico guaperas musculitos que haría que cualquier mujer levantara la mirada al verle pasar vestido con el uniforme, pero Tara desoyó sus comentarios y ni siquiera le dirigió una triste mirada.

-Tara… sé que no ha sido casualidad.

Ella se quitó las gafas de sol y las dejó en la mesa, sacudiendo su melena al viento para soltarla un poco.

-¿Casualidad? Ni en broma pienses que yo me rijo por las casualidades.

-¿Qué te ha hecho venir hasta mi barrio y cruzarte conmigo?

-Quiero hablar contigo.

-¿De qué?

-De Kim.