jueves, 9 de julio de 2009

Cristal de Bohemia

De ella tan sólo conocía que era morena y se hacía llamar Cristal. De sobra sabía que no era su nombre. Desgraciadamente, sabía poco de ella. Su nombre y su pelo. Había cientos de chicas, por no decir miles, que fueran morenas allí, en París. Además, su seudónimo no era especialmente conocido por las calles. Sólo en los círculos de bohemios parisinos que frecuentábamos los dos de vez en cuando sabían que ella se hacía llamar Cristal. Y, desgraciadamente, no encontré a nadie que me supiera decir su verdadero nombre. Y si lo encontré, no me lo quiso decir.

Había otra cosa que sabía de ella. Y era que escribía y pintaba de forma excepcional. Sabía transmitir todo un mundo de sensaciones y sentimientos con las palabras y con los colores. Un mundo de sensaciones y sentimientos que ni yo en mis mejores sueños habría sido capaz de transmitir. Toda ella era excepcional, y sólo había que ver su forma de moverse por la oscuridad. De manera elegante y sigilosamente, imperceptiblemente.

Quería conocerla. ¿Por qué? Ni idea. Quizá un pequeño calambrazo al ver su espalda me incitó a conocer a aquella pequeña maravilla de la creación. Era misteriosa y a mí el misterio me chiflaba. Y más en cuerpo de mujer. Y más en cuerpo de bohemia.

Después de los meses, volví desesperado al bar. No la encontraba, y mi corazón empezaba a latir desesperado, cada día más débil y cansado de esperar. ¿Acaso...? No. Yo no creía en esas cosas. Había dejado de creer en esas cosas hacía mucho tiempo. Y una mujer misteriosa no iba a hacerme cambiar de parecer. Perseguí otros romances fugaces, para intentar olvidar las razones que azuzaban a mi corazón a la locura permanente. Olvidé por momentos, pero cuando el día me sorprendía tendido sobre mi cama y con sueño, sentía que su nombre volvía a mis labios y me impedía seguir con mi vida de búho.

La puerta se abrió y, pasando desapercibida, entró en la oscuridad casi lujuriosa de aquel antro de mala muerte. Yo estaba apostado en la barra, con un whisky entre mis manos, el único que me entendía, por mucho que me doliera. Se sentó a mi lado y se pidió una copa. Entonces, quitándose el pañuelo del cuello, me miró y me dijo:

- Soy Cristal. ¿Me buscabas? -sentí que el tiempo se paraba y el mundo se silenciaba.



Shurha

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