jueves, 20 de mayo de 2010

Héroe (o sobre los encuentros a las nueve de la mañana)

[Para Diana]




Durante unos segundos, dejé la lectura a un lado para mirar la hora en el reloj. Las nueve menos veinte; todavía faltaban veinte minutos para que empezara la clase. A veces, aún estando a punto de terminar el curso, me preguntaba por qué demonios iba a la facultad tan pronto. Y siempre me respondía de la misma manera: porque sólo podía ir a esa hora.

Suspiré y miré a mi alrededor, masajeándome el cuello entumecido por la misma postura. La sala estaba completamente vacía, a excepción de mí. Por un momento, me pareció ser la única estúpida de toda la facultad a la que se lo ocurría ir a esas horas a aquel sitio... Los demás, todos, tenían cosas mejores que hacer.

Pero, en el fondo, tenía que admitir que aquello me gustaba. Sonreí y volví a enfrascarme en la lectura.

De repente, oí un sonido ahogado. Como una melodía. Como las cuerdas de una guitarra siendo pulsadas por unos dedos hábiles y precisos en una habitación cercana. Levanté la cabeza, como si eso me fuera a ayudar a saber qué canción sonaba. Pero no lo hizo, y la melodía seguía sonando y sonando...

Me levanté de la silla, sin saber muy bien qué hacía o por qué, y guardé el libro en la bandolera, que después me eché al hombro. Ni siquiera arrimé la silla a la mesa, para no dejar de oír aquella melodía que me atraía y me repelía a la vez. Empecé a andar hacia la salida y, guiada por la música, acabé delante de la puerta de la que parecía salir. Llamé tímidamente con los nudillos y entré inmediatamente, no fuera a arrepentirme antes de que me abriera.

Y allí, sentado sobre una mesa, con los pies sobre la silla y una guitarra en el regazo, había un chico que me miraba sorprendido.

- L-lo siento -dijo-. No pretendía molestarte... Mejor dejo de tocar.

- No, tranquilo -enarbolé una de mis más cálidas sonrisas e hice un gesto con la mano, restándole importancia-. Si no me molestabas... es más, me gusta cómo tocas.

Su mirada era de fuego y yo sentía que me derretía cuando clavaba sus ojos en mí. Creo que hasta me sonrojé cuando me sonrió con una sonrisa de niño travieso y se rascó la nuca.

- Gracias... -comentó, algo azorado. Comprendí que se sentía un poco incómodo.

- ¿Qué tocabas? -dije, dando un par de pasos al frente y acomodando la bandolera sobre mi hombro.

- Héroe... -negué con la cabeza mientras me sentaba en una mesa, a una distancia prudencial de él, para que no se sintiera incómodo. Tocó un acorde-. ¿Quieres que la vuelva a tocar?

Sonreí.

- Me encantaría...

Empezó a tocarla, y esta vez se acompañó a sí mismo con su voz. Cantaba bajito, como con timidez, como si fuera un simple susurro... Como si aquello fuera una especie de ritual íntimo, personal e intransferible... Sólo suyo y mío. La sola idea de pensarlo me hizo sonrojarme y creo que él lo advirtió, por su sonrisa traviesa.

Cuando terminó de tocar me abstuve de aplaudir, tan solo sonreí. Nos quedamos mirándonos unos segundos en silencio, antes de que yo me acordara de la hora que era y mirara el reloj, alarmada. Las nueve menos cinco. Hora de irse... lamentablemente.

Bajé de la mesa de un salto.

- Lo siento, tengo clase... -él pareció triste.

- Que te vaya bien -dijo, y sonrió amargamente.

Anduve hacia la puerta y, antes de salir por completo de la sala, me giré hacia él y le miré directamente a los ojos.

- Nos vemos otro día...

Y salí corriendo, aunque realmente no quería, hacia mi clase de las nueve, dos pisos más abajo.