lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 3

Esa tarde había leído un libro de asesinatos. Mi madre me había dicho que no era lo más apropiado para un niño de mi edad, pero como yo se lo había pedido, me lo había traído de la biblioteca. Tenía la mala manía de hacer todo lo que yo pedía. El médico le había dicho que, como no podía salir a jugar, era aconsejable que me diera algo que sustituyera a los juegos en la calle. Pero mi madre se lo había tomado muy en serio, y me daba todo lo que yo quería.

Así que esa noche no podía dormir. No hacía más que pensar que iba a aparecer un hombre con un cuchillo por mi ventana, que la iba a abrir a la fuerza y que me iba a matar. Me había pasado las últimas tres horas mirando al techo, mientras oía cómo el gotero sonaba más de la cuenta. Tenía miedo, mucho miedo. Incluso había llorado hacía unas horas, pero me había dicho a mí mismo en voz alta que no podía llorar. Tenía que ser fuerte, porque si no era fuerte y lloraba, nunca me iba a curar.

Si, a veces jugaba a eso. Cuando tenía miedo o quería llorar, me decía a mí mismo que no podía llorar porque si no no me iba a curar.

Cuando estaba mirando al techo, a una sombra que me asustaba porque se parecía a un hombre, alguien llamó a la ventana. Miré rápidamente para comprobar que no era el asesino. Vi una figura agachada y, cuando encendí la luz, los ojos y el pelo de Nikki se iluminaron. Respiré tranquilo y me levanté, llevando el gotero conmigo. Abrí la ventana y sonreí a la niña.

- Pasa -dije, en tono normal.

- ¿Hoy no hay que hablar bajito? -dijo ella, saltando dentro de la habitación.

- No. Mi madre se ha ido a cenar con un hombre y no volverá hasta tarde -sonreí. No entendía qué hacía mi madre saliendo con hombres a los que casi no conocía. Sólo sabía que cuando por la tarde se encerraba en su habitación, se daba un baño y se tiraba horas silbando, es que tenía una cita, como ella lo llamaba. Yo las primeras veces me había enfadado con ella, porque parecía como si quisiera olvidar a papá, como si estuviera muerto.

- ¿Así que estamos solos?

Asentí. No sé porqué, me sentí mayor, como aquellos chicos de quince años que llevan a chicas de su edad a su casa por las tardes cuando no están sus padres. Desde mi ventana lo veía todo. Entraban en la casa y poco después estaban en una habitación del piso superior besándose. A mí me daba asco. Yo nunca haría algo como eso.

Fui con paso lento hasta la cama y me senté encima. Nikki me siguió y se sentó delante mío. Metió la mano en el bolsillo y sacó una baraja de cartas.

- ¿Jugamos?

Jugar. Eso estaba prohibido para mí, ¿verdad? Pero no, supongo que jugar a un juego de cartas no estaba prohibido. Pero yo no sabía jugar. Así que Nikki repartió las cartas y luego me empezó a enseñar a un juego muy raro. Pero cuando ella sonrió, yo sonreí.

Me sentí extraño cuando sonreí, porque me di cuenta que era la primera vez que me reía de verdad desde que me dijeron que no podía salir a la calle.




Shurha

viernes, 4 de septiembre de 2009

Capítulo 2

Hacía una semana que habían traído el tubo a mi habitación y que yo estaba conectado a él ocho horas al día. Era un tubito que tenía clavado en el brazo. Mi madre decía que se llamaba vía. Yo, a veces, cuando me aburría sólo en la habitación, me imaginaba que venía un tren por la vía y subía y bajaba por el brazo, haciéndome cosquillas. Era una vía, ¿para qué más iba a servir? Desde luego, no entendía porqué estaba en mi brazo. Además, ahora estaba continuamente conectado a ese tubo. Mi madre decía que era para que pudiera comer y que tenía que estar siempre con él en el brazo, porque el médico le había echado la bronca por desconectarme.

Pero, aunque yo ahora estaba todo el rato con el tubo en el brazo, no mejoraba. Es más, yo notaba que cada vez tosía más. Mi madre me había dicho el primer día que me encerraron en casa que yo tenía algo roto dentro del cuerpo y que tenía que quedarme en la cama todo el rato para que se me arreglara. De eso se encargaría el médico. Pero desde que me lo había dicho habían pasado un par de meses y yo seguía tumbado en la cama.

Una noche que no podía dormir oí algo que golpeaba la pared de mi casa. Yo me giré y miré hacia la ventana, pero no había nada, así que supuse que era el viento jugando con un árbol. Quise dormir, pero entonces oí cómo algo llamaba a mi ventana. Me giré otra vez y vi a una niña rubia, con pecas en las mejillas y con un enorme lazo azul en la coleta. Parecía asustada, porque tenía los ojos azules muy abiertos. Salí de la cama y me acerqué a la ventana, donde la niña parecía estar colgada. Abrí la hoja y la niña trepó del todo hasta conseguir sentarse el poyo de la ventana.

- Hola -dije muy bajito, para no despertar a mi madre.

- Hola -dijo ella en el mismo todo-. Yo soy Nikki, ¿y tú?

- Andy.

- ¿Y qué haces aquí, Andy? -los ojos azules de Nikki miraron lo que mi madre había llamado palo de goteo con cara de preocupación y susto-. ¿Qué te pasa, Andy?

- Mi madre dice que tengo algo roto dentro del cuerpo y que tengo que esperar a que se me arregle. Dice que no puedo salir a la calle porque entonces no se me arreglaría. Así que tengo que estar todo el día tumbado viendo la televisión y leyendo los libros que mi madre me trae de la biblioteca.

- ¿Y te dan medicinas? ¿Saben mal?

- Si, saben muy mal.

- ¿Y tienes que hacer los deberes?

- Si, todos los días. El maestro de la escuela me trae los deberes, mi madre me ayuda con ellos. Dice que no por estar enfermo puedo dejar de hacer las cosas que los demás niños hacen en el colegio.

Ella no hizo más preguntas, así que yo no pude responder a más preguntas. Pero me gustaba oír su voz. Era como una especie de dulce campanilla. A veces me recordaba a la campana que sonaba en el campanario de la iglesia de mi pueblo. Era una campana muy pequeña, así que sonaba aguda, pero agradable. Nikki tenía una voz parecida a esa campana. Me gustaba su voz.

- ¿Y tú vives en el vecindario? -le pregunté a Nikki.

- Si. Hace poco que me he mudado -ella sonrió-. Los niños de la plaza me han dicho que en esta casa vivía un niño que no podía salir nunca a jugar. Y, como he pensado que tiene que ser muy aburrido no salir nunca a jugar, he venido a verte.

- Pero... es de noche.

- Bueno, pero he venido a verte.

No pude evitar sonreír. Entonces, oí un ruido en el pasillo que daba a mi habitación y me giré, preocupado porque mi madre pudiese entrar y descubrir a Nikki. No quería que su madre la echara la bronca por colarse de noche en la casa de un vecino.

- Nikki, te tienes que ir. Creo que viene mi madre.

- Oh... -dijo. Se quedó un momento pensando-. Pues mañana vengo otra vez. ¡Hasta mañana!

La vi saltar por la ventana y caer en el jardín delantero de mi casa de pie. Salió corriendo y pude ver que entraba por la ventana de una casa que parecía la suya. La luz de la ventana por la que entró se apagó enseguida y pensé que se habría ido a dormir. Yo hice lo mismo y me metí en mi cama a tiempo para hacerme el dormido, ya que mi madre entró en mi habitación. Se acercó a mí y me arropó con cuidado. Me dio un beso en la frente y entonces se volvió a ir.





Shurha