lunes, 20 de julio de 2009

Entre nosotras

Zoe era mi mejor amiga. Siempre lo había sido. Siempre lo sería. Nos contábamos absolutamente todo. Con ella compartía mis alegrías, mis penas; mis risas, mis lágrimas; mis cosas buenas, y también las malas; los días claros, los días oscuros. Lo que pasaba por mi cabeza no tardaba en pasar por la suya, y lo que pasaba por la suya no tardaba en pasar por la mía. Se podía decir que no teníamos ningún secreto. Hasta, que un día, ella tuvo un secreto.

Cada día que pasaba la notaba un poco más fría. Al principio pensé que eran impresiones mías, pero según iba pasando el tiempo concluí que no, no me lo imaginaba. Cada día se distanciaba un poquito más. Al principio fue tan sólo algo físico: ya no me abrazaba como antes, siempre que tenía la ocasión; ya no me hacía cosquillas cuando estaba medio dormida; ya no me daba besos en la mejilla. Después empezó a ser algo más que físico: los fines de semana ya quedaba tanto conmigo. Decía que tenía cosas que hacer. También empezó a venir menos a mi casa y tampoco se quedaba a dormir en ella. Hubo una semana que ni siquiera la vi, cuando lo más normal era que la viera tres días o cuatro. El siguiente paso fue intentar evitarme.

No cogía mis llamadas y tampoco las respondía. No me contestaba a los mensajes. No me hablaba en el chat. No me contestaba los correos. Incluso una vez la mandé una carta y ni siquiera tuve noticias de que la recibiera. Cuando iba a su casa, su madre me decía que no estaba. Pero yo sabía perfectamente que ella estaba allí, detrás de su madre. Huía de mí. Y yo no sabía qué era lo que me dolía más, si el hecho de que huyera de mí o el hecho de no saber porqué huía de mí. Y la situación me estaba empezando a cansar, cada vez más. No acertaba a entender porqué lo hacía, porque a mis ojos no tenía ningún motivo para hacerlo.

Así que un día tomé una decisión, quizá algo precipitada, pero necesitaba tomarla. No fui a la última hora de clase y me planté en la puerta de su instituto. Saldría por ahí en menos de media hora. El instituto no tenía más salidas que esa. Así que, aunque me viera, no podría huir de mí. No esta vez. Cuando salió al patio me vio e intentó dar un rodeo para evitarme, pero yo fui a por ella.

Ni siquiera la saludé.

-¿Qué te pasa conmigo?

-¿Contigo? Nada -dijo, como si fuera lo más normal del mundo.

-¿Nada? No te creo, Zoe. Me evitas, huyes de mí, no quieres saber nada de mí. Es como si yo para ti ya no existiera. ¿Qué te pasa, Zoe?

Ella calló y apartó la mirada. Me dio la impresión de que se estaba sonrojando. Masculló algo que yo no entendí y me acerqué a ella para oírla mejor por si lo repetía. Entonces me miró a los ojos y, de repente, tuve sus labios contra los míos. Me quedé tan sorprendida que no me di cuenta de que mi corazón palpitaba demasiado rápido.

-Estoy enamorada de ti, estúpida. Y tú ni te habías dado cuenta.

Me volvió a besar... una y otra vez... Y yo, como era obvio, no opuse resistencia.




Shurha

No hay comentarios: