martes, 30 de junio de 2009

La señal de la cruz

La joven entró corriendo en la iglesia. Se paró ante el pasillo principal, agitada y con la respiración entrecortada. Miró hacia los lados y no vio a nadie. Se puso a caminar por el pasillo central de la iglesia, ahora más calmada e intentando recuperar la respiración perdida, hasta que llegó a la primera fila de bancos. Allí se arrodilló y miró el gran crucifijo que se alzaba antes ella. Entrelazó sus manos y se puso a rezar.

- Padre, por favor. Perdóname. He pecado con tus hombres, con uno de esos hombres que decidieron consagrar su vida a ti y a tus designios. He roto sus votos. Padre, perdona a esta pecadora que no sabía lo que hacía.

Sintió una mano sobre su hombro. No se sobresaltó, porque esperaba a algo parecido. Se persignó y miró hacia la persona que la había tocado. Ante ella había un hombre atractivo con penetrantes ojos azules. Al mirar a sus ojos recordó todo aquello por lo que había pedido perdón.

Ese amor estaba prohibido. Se habían conocido años atrás, cuando ella se había confirmado. Él era algunos años más mayor que ella y le faltaba poco para convertirse en sacerdote. Habían entablado una amistad, cada vez más profunda, hasta que ella sintió que se empezaba a enamorar de él. Sabía que no podía ser, que aquello era lo peor que le podía ocurrir: enamorarse de un futuro sacerdote, un hombre que había decidido consagrar su vida a Dios.

Él había profesado aún sabiendo que ella se había enamorado de él y él, tristemente, también de ella. Pero su determinación y su amor por el Señor era mayor que el amor que pudiera sentir por cualquier mujer.

A veces se veían, pero dolía demasiado. Un día, años después, se habían vuelto a ver y todo lo que los dos se habían guardado había saltado en un apasionado beso, ocultos en la sacristía. Ella se había sentido una pecadora y había salido corriendo de la iglesia, llorando por varios motivos. El Señor sabría perdonar a uno de sus hombres, pero no a ella. Al día siguiente, arrepentida, había vuelto a la iglesia a rezar y a pedir perdón. Ahora estaba mirando a aquel sacerdote que la había besado torpe y dulcemente.

- Tus pecados te son perdonados -dijo el sacerdote, en virtud de los poderes que el Señor le había concedido-. Puedes ir en paz.

Ella se volvió a hacer la señal de la cruz y se puso a andar lentamente hacia la sacristía. El sacerdote miró hacia la cruz y se persignó con lentitud. Clavó los ojos en los ojos entrecerrados de Cristo crucificado.

- Perdóname, padre, porque voy a pecar...

Después ando tras ella, esa mujer de la que se había enamorado hacía años. Él sería casto, no se permitiría a sí mismo romper sus votos, sólo se permitía un amor casto e inocente. Pero un simple beso no hacía mal a nadie. Confiaba que el Señor supiera perdonar esos besos inocentes.



Shurha

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por fin una imagen en tu perfil!!!! xD

Muchas gracias por hacer publicidad del foro, cuando os vaya a visitar a Burgos te daré un fuerte abrazo ^^

Y como no, siempre tengo algo que decir de tu actualización. A todos les puede llegar el amor...ejem...ejem...desde que rompi un espejo y no respondo a las cadenas del msn creo que me he condenado jajaja

Me encantó tu historia, lo que pasa es que te deja con como decirlo...un extraño sabor de boca jeje pero me encantó sobre todo por el final, es a la vez triste pero feliz, aunque pobre mujer.

Espero que sigas escribiento para que te pueda leer.

Cuidate
tQ*
Chuu