domingo, 28 de junio de 2009

No llores, porque te quiero

Sentada en las escaleras de la iglesia, sentía que el mundo entero se le venía encima. El cielo parecía romperse sobre ella y de un momento a otro caería sobre su cabeza, matándola. Realmente en ese momento no la importaba. Ya nada tenía sentido. Todo había perdido las razones cuando él había cerrado los ojos. Y las nubes... todo estaba cubierto por nubes grises que amenazaban una tormenta, la tormenta del final.

En el mismísimo momento en el que se encontró de frente con la realidad, sintió cómo sus ojos se llenaron de lágrimas. Hundió su rostro entre sus manos, aquellas que no habían hecho nada para evitar el desastre, y lloró desconsoladamente. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas y sus antebrazos y caían sin control al suelo, estrellándose contra la piedra de las escaleras. Todas las personas que pasaban ante ella se quedaban mirándola con cara extrañada, pensando qué la pasaría como para que estuviera sentada a la puerta de una iglesia llorando. Todos se acercaban, pero nadie conseguía comprender su dolor.

Una oscura compaña salió por la puerta de la iglesia y bajó, solemne, la escalera. Algunos apretaron con cariño el hombro de la chica, pero la mayoría pasaron de largo, siguiendo su penoso camino hacia casa, pensando que sólo ellos sufrían de aquella manera (cuán equivocados estaban).

La gente dejó de bajar las escaleras y desapareció tan rápido como había aparecido. Y ella volvió a quedarse completamente sola, aunque cuando aquellas personas la apretaban el hombro tampoco se había sentido excesivamente acompañada. Levantó la cabeza y se secó unas últimas lágrimas rezagadas que querían seguir el camino de las demás y estrellarse contra el suelo. Estaba a punto de bajar un escalón, sin ganas, cuando oyó unos pasos a sus espaldas y notó unos brazos que la agarraban por la cintura. Después, un cuerpo que se pegaba al suyo por la espalda y la estrechaba con fuerza.

- No -dijo simplemente-. Todavía no.

Ella se giró y vio la cara conocida que quería haber visto en la compaña siniestra, pero que no había visto. Le vio allí, de pie, con los ojos enrojecidos como ella y con los surcos de las lágrimas todavía latentes es sus mejillas.

Él la abrazó y ella ocultó su rostro contra su pecho. Oyó el latido de su corazón desbocado por las emociones y se abrazó con más fuerza a su cintura. Él la acarició el pelo y susurró palabras tranquilizadoras a su oído. Poco a poco, ella se fue calmando, pero las lágrimas no dejaron ni un solo momento de manar de sus ojos.

Fue entonces cuando él separó su cara de su pecho y la miró a los ojos intensamente. Con un dedo firme, secó las lágrimas de la chica y sujetó su rostro entre las manos, tiernamente.

- No llores... -ella soltó algunas lágrimas más, que el besó con ternura-. No llores, porque yo te quiero.

Ella sonrió y no pudo evitar volver a llorar, pero no de tristeza. Le besó y se abrazó a él. Y en ese momento sintió que aquellas nubes a las que tanto miedo tenía si iban disipando poco a poco y que el sol empezaba a brillar tímidamente. Sabía que todavía quedaba mucho tiempo antes de que las nubes desaparecieran y de que el sol brillara con fuerza. Pero esperaría. Esperaría... a su lado.



Shurha

1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Buena forma de esperar, sin duda.