sábado, 6 de junio de 2009

Muñeca de trapo

¿Le amaba? Si, le amaba, por muy cabrón que pudiera ser a veces. Por muy frío e insoportable que pudiera estar cuando volvía del trabajo. Si había estado quince años con él era porque le quería, aunque a veces las dudas afloran. Eso no lo puedes evitar. ¿Si era feliz? Se podría considerar que si. A veces me hacía llorar, pero no era su culpa, si no la mía. ¿Por qué era mi culpa? Realmente no lo sabía, pero sabía que suya no era.

Pero hubo una vez, tan sólo una vez, que me di cuenta de que realmente no era feliz. Cuán ciega había estado todo ese tiempo. ¿Le amaba? Si, le había amado. Pero cuando descubrí la mentira, el encubrimiento, el engaño... mi cerebro comenzó a funcionar y mi corazón empezó a latir, por fin, después de tanto tiempo insensible y parado en otra época mejor, en otros recuerdos que no fueran agridulces, en todas las promesas que me hizo en la playa, bajo la luna llena. Había estado tan ciega que no me había dado cuenta de que yo era simplemente su muñeca de trapo. Esa muñeca con la que podía jugar cuando quisiera. Y, cuando se aburría, me dejaba tirada y desconsolada.

Mientras, había otras muñecas. Pero no de trapo, sino de porcelana. Y yo, triste, enjugaba mis lágrimas en mi ajado vestido. Estaba ciega. Las ilusiones me habían cegado pero, ahora que se habían roto, ya podía ver. Y fui todo lo valiente que no había sido antes. Me había ido, había desaparecido de la escena y no volvería a actuar.

Me di cuenta, mientras vagaba por las calles en busca del consuelo de alguna amiga olvidada por obligación, que yo no necesitaba alguien con quién jugar. Podía jugar conmigo misma, si es que era verdad que fuera una muñeca de trapo. Lo que, me di cuenta más tarde, era falso. No era una muñeca de trapo y nunca lo había sido. Él me lo había hecho creer. Yo era una mujer. Fuerte (aunque ni yo misma lo hubiese creído) y que podía valerse por si misma. Hubo un tiempo en el que dependía de él para ser feliz. Hubo un tiempo en el que sin él me sentía vacía. Ahora sabía que no dependía de él. Y no volvería a depender de nadie, y menos de un hombre como él, que quiso hacerme creer que era una muñeca de trapo cuando no lo era.

El que tuvo la culpa y el que se equivocó fue él. Nada más que él.

No hay comentarios: