lunes, 22 de junio de 2009

Calla y bésame de una vez, estúpido

Él había ido a la habitación, con paso decidido y las mejillas encendidas de rabia. Ella se había quedado apoyada en el frigorífico de la cocina, con los brazos cruzados ante el pecho. Habían compartido en ese momento algo más que palabras hirientes. A él todavía le dolía la mejilla del bofetón que ella le había dado en respuesta al suyo. Y el hecho de haberla pegado le dolía más que la marca de los dedos de ella.

A ella también le dolía el hecho de haberle pegado. Pero estaba tan rabiosa que no había podido parar a pensarlo ni siquiera un segundo. Palabras inapropiadas, un momento inadecuado y ya había discusión. No era la primera vez que levantaban la voz, que gritaban más de lo debido, o que discutían. Pero nunca había pasado de una sencilla discusión. Siempre habían parado a tiempo y habían sabido arreglarlo con calma y voz suave. Pero esa vez había sido distinto y ninguno de los dos sabía en qué se diferenciaba con las demás veces. Tal vez el tema, algo más delicado. Tal vez el momento, no el más apropiado para tocar ese tema tan delicado. Tal vez los recuerdos, ahora más recientes todavía.

El hecho era que los dos habían vuelto a acabar enfadados, quizá por una tontería, pero enfadados. Y más distanciados que otras veces. Pero más que las palabras, son los silencios los que hieren. Y que lo único que oyeran fuera una puerta cerrarse con un portazo fue lo que más hirió, quizá. No unos pasos. No unos llantos ahogados. Ni siquiera un perdón susurrado, sin intención de que el otro lo oyera.

Fue ella la que, quizá más débil o quizá más decidida, dirigió sus pasos hasta donde él había construido su refugio. Abrió la puerta y le miró a los ojos. En ellos vio la disculpa más sincera que jamás había recibido. El corazón empezó a latirle fuerte y comprendió que, por mucho que discutieran, por muchas riñas que tuvieran, estaba enamorada de él, de sus cosas buenas y sus cosas malas, de su predisposición a llevar la contraria y a discutir, pero también de sus sonrisas, sus besos, sus detalles y sus disculpas. Estaba perdida, irrevocable y locamente enamorada de ese hombre que estaba ante sus ojos pidiendo una disculpa en silencio.

Él la miró con ternura y vio que en su boca se dibujaba aquella sonrisa que le había enamorado una vez en un oscuro bar. Esa mujer le volvía completamente loco, toda ella. Incluso cuando estaba enfadada o discutía, le volvía loco. Era una droga de la que cada vez estaba más enganchado, hasta el punto que se había enamorado. Y le dolía hacerla daño, pero más le dolía pensar que no la volvería a ver. Con lo que cada vez que él era lo suficientemente cobarde como para no ir y pedir disculpas, su corazón se partía pensando en la posibilidad de que ella se cansara de ser siempre la que daba el primer paso.

De los labios de él empezó a salir una disculpa, pero los labios de ella fueron más rápidos y dijeron en un susurro:

- Calla y bésame de una vez.

Cayeron sobre la cama, enredados en un pasional beso en el que ella se prometió no volver a discutir y él se prometió no volver a hacerla rabiar.

3 comentarios:

Estrella dijo...

Que romántica eres, mi niña!
Un besin

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Si es que nos enredamos en palabras innecesarias...

Indy dijo...

El título de tu relato me recuerda a uno de mis momentos favoritos de una relación: El inicio.

Me encanta cuando ninguno de los dos dice nada, sino que una simple mirada, una sonrisa, es suficiente para saber que ya es el momento.

Yo también te quiero ^^