sábado, 30 de mayo de 2009

Campanario de Cristal

Miraba hacia abajo y veía caras sonrientes, ignorantes de que él estaba ahí arriba, observando todo cuanto se movía a sus pies. Benditos mortales (aunque yo también fuera mortal), que ignoran todo aquello que no comprenden. Si tañen las campanas, será porque alguien las toca. Se despreocupan de quién. O de qué.

Estaba castigado por ser como era, así de claro. No me gustaba. No me gustaba que mi condición me determinara, determinara mi vida, mi existencia, mis creencias... mi relación con los demás. Pero lo hacía. Y contra eso yo no podía luchar, aunque me doliera que fuera así. Supongo que, aunque yo no creyera en el destino, los que sí creían en él me influenciaban a mí. Y eso me gustaba todavía menos.

Ansiaba ser como ellos, ser uno de ellos. Me gustaría poder mirar a la gente sin notar que me devuelven una mirada de asco. Me gustaría poder sonreír y que me devolvieran una sonrisa agradecida. Me gustaría poder abrazar sin que huyeran de mí en cuanto me acerco. Me gustaría tanto poder pasear a la orilla del río...

Pero París entero está contra mí. Nadie me quiere, todos me odian. Bueno, me odiarían si supieran que existo. Muchos hay que desconocen mi existencia, y que sigan haciéndolo. Seguro que son más felices sin saber que estoy, sin saber que esa noche no fui asesinado gracias a una fortuita intervención, que ahora me oculto tras estas campanas que son mi vida.

Aunque, de entre todos los placeres que puede dar la vida a los mortales como ellos, sólo hay uno que me gustaría tener por encima de los demás. El Amor. Era una de las cosas que me estaban prohibidas y una de las cosas que más ansiaba. Por un lado estaba la Libertad, precioso tesoro encarcelado en una celda oscura... pero se podía amar estando prisionero. Sin embargo, a mí me prohibieron amar el día que él me encontró y la sangre se derramó a los pies de Notre Dame...

Me gustaría, más que nada en este mundo, poder amar y ser amado. Pero, cuando las campanas de mi campanario de cristal suenan, me recuerdan que estoy encerrado entre ellas y que jamás podré salir y amar.


Es el son de Notre Dame...

No hay comentarios: