miércoles, 23 de febrero de 2011

15. Resaca

Una de las pocas cosas buenas que tenía emborracharse hasta caer inconsciente era precisamente eso, que se quedaba sin sentido durante horas. Cuando se despertó, eran las siete y media de la tarde. Levantó la cabeza un poco, sintiendo cómo si una banda entera de tambores estuviera tocando dentro de su cerebro, y oteó el salón, todo el desastre que había organizado: una botella vacía y un vaso, también vacío, estaban tirados sobre la alfombra y otra botella a medias esperaba encima de la mesa a que alguien la vaciara del todo o la guarda en la alacena. Pero ahora, con la mente despejada y los ojos bien abiertos, observo los cachitos de cristal de la alfombra; se le habría roto un vaso. Se dio cuenta que sobre la mesa había un pequeño charco de lo que creyó whisky; seguramente del vaso que se le había caído y roto en la alfombra. Y su móvil, en la mesa de comedor al otro lado del salón, vibraba y se iluminaba.

Sintiendo una arcada en la boca del estómago y cómo su cabeza temblaba a cada paso que daba, se incorporó del todo y anduvo hasta pararse frente al móvil. Lo miró unos segundos, con los brazos caídos a los laterales del torso, como si estuvieran muertos. La pantalla parpadeaba incesantemente y él se debatía entre coger o no coger, entre exponerse en ese momento o posponer los gritos.

Eligió lo primero.

-Buenos días.

-¿Buenos días? Son las siete y media, Connor. Nunca puede ser “buenos días” a las siete y media.

-Pues buenas tardes.

-Creía que no ibas a coger. Pensé que estarías durmiendo la mona que te has cogido este mediodía.

Todas las alertas saltaron dentro de su cabeza. En su cerebro, las sirenas empezaron a sonar y cientos de rotatorios rojos empezaron a iluminar el interior de su cráneo, haciendo que el dolor de cabeza le taladrara desde la frente a la nuca.

-¿Cómo sabes eso?

-¿Cómo no lo voy a saber si me has llamado borracho?

No se acordaba de nada de eso y, por un instante, pensó que Kim se estaba inventando todo para poder pillarle. Pero no. Kim no haría nada parecido. O al menos la Kim que había conocido en la universidad, en aquella clase donde el sol entraba por los cristales y le calentaba la espalda en un tranquilo día de finales de verano.

-¿Llamarte borracho?

-Sí. Y… por cierto… respecto a eso de llamarme puta barata, zorrón y desearme que me dieran… Eres un gilipollas, Connor. Jamás pensé que caerías tan bajo. Te creía un poquito más maduro –casi se la imaginó haciendo el gesto con los dedos índice y pulgar y achinando los ojos al pronunciar la palabra poquito-. Pero resulta que no. Así que, a riesgo de ser yo la infantil, que te den a ti, Connor.

Y colgó. Los pitidos cuando se cortó la línea hicieron que creyera que su cabeza iba a explotar. Deseó seccionársela a la altura de los hombros, si eso aliviaba el dolor tan tremendo que le taladraba las sienes.

Definitivamente, no se acordaba de nada de lo que había pasado hacía apenas un par de horas. Definitivamente, había sido una de tantas “borracheras del siglo”, al igual que lo estaba siendo la monstruosa resaca que pesaba sobre él. Y, definitiva e irrevocablemente, la había cagado de manera estrepitosa con Kim. Se preguntó si sería un pronto o nada lo arreglaría. Se encogió de hombros y tiró el móvil encima del sofá.

Arrastrando los pies, se fue directo a la ducha.

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