jueves, 3 de noviembre de 2011

24. La segunda noche


Los dos cayeron exhaustos y jadeantes sobre el estrecho colchón de la cama de Connor. Hacía calor, mucho calor, y el sudor corría por su piel en finas gotas que dejaban surcos. Rouge rodó por la cama hasta poner los pies en el suelo y ponerse de pie. Connor la observó a contraluz desde la cama, jadeando todavía, y pudo ver cómo se ponía la camiseta encima de su torso desnudo.
-¿Ya te vas?
-Si –Rouge se quedó quieta un momento en la penumbra de la habitación y volvió la cabeza hacia Connor. Él pudo sentir cómo sus ojos se clavaban en su figura, intentando averiguar por qué había hecho esa pregunta, aunque lo cierto era que ni siquiera él lo sabía. Rouge probó suerte-. ¿Quieres que me quede?
Connor sacudió la cabeza, casi espasmódicamente.
-No. Vete.
Rouge iba a decir algo, pero no lo hizo. Sabía que si preguntaba algo no iba a obtener una respuesta clara y sincera. Así que se encogió de hombros mientras Connor se levantaba de la cama, completamente desnudo, y salía de la habitación. Se calzó las sandalias y siguió el rastro del chico.
En el pasillo, la luz blanquecina del fluorescente de la cocina iluminaba con una fuerza fría e impersonal. Cuidándose de no hacer demasiado ruido, Rouge se acercó a la puerta y asomó la cabeza. Ahí estaba Connor, desnudo, sacando de un botecito de plástico cuatro pastillas blancas.
-¿Connor…? –inquirió Rouge, viendo cómo Connor se metía las cuatro pastillas de golpe en la boca y se las tragaba sin necesidad de agua-. ¿Qué es eso?
-Somníferos. Los necesito para poder dormir por las noches.
-Pero cuatro pastillas a la vez…
Connor se volvió bruscamente hacia ella.
-Soy lo suficientemente mayorcito como para saber cuántas pastillas necesito para dormir o para, al menos, tener oportunidad para ello. Así que, ahora, si me lo permites, me gustaría intentarlo.
Era como si, tomando las pastillas, todo el interés que Connor pudiera tener en Rouge, todo lo dulce y a la vez salvaje que tenía cuando estaban en la cama se hubiera esfumado con el orgasmo. Torció el gesto y se apartó de la puerta para dejar pasar a Connor, que arrastraba los pies con cansancio hacia su habitación. Desapareció al otro lado de la puerta y cuando ya no estuvo a su alcance, Rouge suspiró con tristeza y, con los hombros hundidos, fue hacia la puerta principal y se fue de la casa.
En la habitación, sin embargo, Connor estaba tirado sobre la cama deshecha, casi esnifando el agradable olor a Rouge y a sexo que se había quedado en su dormitorio.
Se maldijo por ser tan gilipollas.

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