martes, 14 de junio de 2011

19. Día de verano

Miró por entre la cortina del salón. Era un día espléndido día de verano: el sol brillaba, no había ni un solo rastro de nubes en el cielo y todo parecía sacado de una película de Hollywood sobre la vida en el típico barrio perfecto, de la ciudad perfecta, con la familia perfecta. Era bucólico y a Connor hasta se le antojaba estúpida la manera en la que aquella mujer corría detrás de un niño con bermudas y una camiseta a rallas de colores. Suspiró.

Si por él fuera, si sólo dependiera de sus ganas por salir a la calle, se quedaría en casa. Pero en el fondo sabía que necesitaba salir y que le diera un poco el sol. Quizá dar un paseo, aunque fuera hasta el estanco de la esquina para comprar tabaco y alguna revista porno.

Se dirigió a su habitación, donde la cama esperaba pacientemente a ser hecha, y sacó del armario lo primero que encontró. Se lo puso, sin atender demasiado a cómo quedaba sobre él. Cogió las llaves, algo de dinero en monedas sueltas; dejó el móvil encima de la mesilla. Salió de la casa y trotó desanimado por las escaleras, dejando que las monedillas de su bolsillo tintinearan al chocar unas contra otras. En el portal se encontró a la mujer del primero, una anciana que vivía con dos gatos y que todas las mañanas salía a comprar el periódico y alguna revista de crucigramas. Connor sospechaba que no tenía ningún otro divertimiento que leer noticias, resolver pasatiempos y cuidar de sus gatos.

En la calle hacía más calor del que pensaba, así que se metió bajo la sombra de un edificio, intentando no chocarse con nadie. La mujer con el niño de la camiseta a rallas estaba sentada en el parque cercano, viendo cómo el crío se columpiaba mientras gritaba algo ininteligible. Una chiquilla, que no alcanzaría la mayoría de edad, cruzaba la carretera aguantando la solera que caía desde tan pronto. Un ejecutivo caminaba por la acera contraria con la chaqueta del traje colgando del brazo y un maletín en la mano contraria.

Cruzó la calle cuando el semáforo para peatones estaba a punto de ponerse en rojo. No vio a la chica que se le ponía por delante hasta que, prácticamente, la tenía encima.

-¡Connor! Mira por dónde vas, casi me comes.

Resultaba extraño ver a Tara con unos vaqueros cortos y desgastados y una camiseta blanca con un simpático monstruo impreso. Ocultaba sus ojos oscuros con unas grandes gafas de sol.

-¿A dónde ibas con tanta prisa? –preguntó Tara, cambiando el peso de una pierna a otra. Se la veía mucho más cómoda con aquellas deportivas que con los altos tacones que acostumbraba a llevar en el burdel.

-A ninguna parte –respondió, solamente, él.

-Pues si no ibas a ninguna parte… ¿te apetece tomarte un café conmigo? Precisamente estaba pensando en entrar a alguna cafetería o algo…

Connor se encogió de hombros. Tara se puso a andar en dirección contraria y, a falta de algo mejor, él la siguió hasta la cafetería. Estaba vacía a excepción de una pareja de ejecutivos que desayunaba en el fondo, en una mesita de mármol y cristal, mientras discutían sobre cuestiones de trabajo.

El camarero que les atendió era el típico guaperas musculitos que haría que cualquier mujer levantara la mirada al verle pasar vestido con el uniforme, pero Tara desoyó sus comentarios y ni siquiera le dirigió una triste mirada.

-Tara… sé que no ha sido casualidad.

Ella se quitó las gafas de sol y las dejó en la mesa, sacudiendo su melena al viento para soltarla un poco.

-¿Casualidad? Ni en broma pienses que yo me rijo por las casualidades.

-¿Qué te ha hecho venir hasta mi barrio y cruzarte conmigo?

-Quiero hablar contigo.

-¿De qué?

-De Kim.

1 comentario:

Indy dijo...

Chan, chan, chaaan... Deberías tardar menos en actualizar u____u