viernes, 10 de diciembre de 2010

08. Helado de vainilla

La chaqueta de Connor descansaba sobre su brazo, con el bote de aspirinas en el bolsillo interior; sonaba cada vez que daba un paso. El helado se le escurría por el cucurucho y le manchaba los dedos, que le olían a chocolate y se estaban empezando a quedar pringosos. Kim caminaba a su lado, disfrutando también de cucharadas de su helado de vainilla.

Hacía calor. Demasiado calor y Connor se refugiaba en el helado. No hablaban; el silencio les parecía demasiado precioso como para romperlo sin más. Por el contrario, daban cuenta de la tarde y del frescor del helado. Y, así, llegaron las siete.

Connor pensaba marcharse al antro de las afueras en cuanto el sol empezara a ocultarse tras los altos edificios acristalados y a reflejarse en las hojas de los árboles, pero le daba un poco de mala conciencia eso de dejar a Kim sola a media tarde en el centro sin nada que hacer. Pero, por otra parte, sus noches eran lo único que merecía la pena de sus días. Se metió en la boca lo último que le quedaba del cucurucho y oteó el largo paseo con el arco de árboles por encima. Suspiró mientras pensaba cómo decirle a su amiga que quería marcharse para quedarse solo y tomarse dos whiskies de más.

La miró. Tenía una pinta adorable limpiándose los labios sin rastro de carmín con la servilleta de papel que le habían dado en la heladería. Ella se percató de que Connor la miraba y giró la cabeza. Alzó las cejas y después, como si se acordara de la amabilidad, sonrió.

-Kim… -empezó-. Te acompaño hasta la esquina y te dejo. Tengo cosas que hacer.

-¿Pensabas que querría estar toda la noche contigo mientras te emborrachas a base de whisky y te tiras en una silla mirándole el culo a cualquier mujer que pase? No, gracias. Ya vivo demasiado todo eso… Además, yo también tengo cosas que hacer. Por si no lo recuerdas, trabajo de noche.

En su fuero interno, Connor suspiró aliviado, pero su cara no cambió ni un ápice.

-Entonces nos veremos otro día…

Continuaron en silencio hasta que llegaron al final del paseo y, con ello, a la esquina hasta la que Connor estaba dispuesto a acompañar a Kim. Una vez allí se miraron todavía sin cruzar una sola palabra. La chica enarboló un amago de media sonrisa; él, por su parte, sólo sacó la mano derecha del bolsillo y la sacudió un par de veces en el aire mientras se alejaba con el sol de espaldas, directo a su bar favorito.

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