lunes, 18 de octubre de 2010

06. Recuerdos lejanos

[Para la amante de los ritmos lentos. Aquí tienes tu "más"]


La televisión sonaba lejana en su cabeza, aunque estaba a menos de dos metros de él. Era como si la voz de la comentarista de deportes del noticiario viniera de una dimensión paralela y Connor no pudiera oírla con total claridad. Eran alrededor de las tres y media del mediodía, en su estómago sólo descansaban los donuts que había traído Kim y ya tenía un vaso de su mejor escocés sobre la mesa. Miraba abstraído la pantalla de la televisión, pero era como si no viera nada.

Al contrario que otras veces, la conversación con su amiga le había abiertos los ojos, le había hecho acordarse de aquel año infructuoso que había pasado en la universidad y que sólo había servido para emborracharse todos los fines de semana, seducir a una cantidad ingente de mujeres (de cuyos nombres no se acordaba) y estar al borde del coma etílico o el paro cardiaco por sobredosis. Según recordaba él de lo poco que había quedado en su memoria tras los litros de alcohol, no había sido un buen año. Aún así, se lo había pasado bien.

Incluso alguien como él se podía permitir tener recuerdos y rememorarlos de vez en cuando.

Se inclinó sobre la mesa para coger su copa y, sin querer, recordó aquel primer día de facultad. Se sentía perdido, demasiado novato en un sitio que a él le parecía demasiado grande y con mucha gente. Las escaleras y los pasillos estaban atestados y bloqueados por estudiantes de años superiores que hablaban a voz en grito y le empujaban contra la pared. Encontró su clase después de buscar durante quince minutos en la planta en la que debería estar; alguien había cambiado los papeles que estaban pegados a las puertas con cinta adhesiva. En el aula tan sólo había un par de personas, así que se dirigió a la última fila, que estaba completamente vacía y se sentó justo en el medio.

Vio entrar a gente medio perdida y a gente que sonreía al reconocer entre las pocas personas que había en la clase a amigos del instituto. Pero nadie se sentó a su lado. Todos los que pasaban cerca de él le miraban con recelo e incluso pudo ver en algunas miradas un cierto reflejo de miedo. En el mismo instante en el que supo que sus compañeros de clase le temían y le tenían respeto, dos sentimientos crecieron en su interior: satisfacción y repulsa hacia sí mismo y hacia los demás.

A falta de cinco minutos para que comenzara la clase, nadie se había atrevido a ponerse en los dos asientos contiguos a Connor y éste ya pensaba que se iba a pasar todo el curso solo, eso si decidía ir a clase. Pero, cuando sólo faltaban dos minutos para empezar, una pareja entró por la puerta. El chico tenía el pelo liso y despeinado; mechones rebeldes se levantaban hacia el techo. La chica, por el contrario, era rubia y su pelo rizado caía ordenado y bien peinado sobre sus hombros. Los dos tenían las mejillas sonrosadas.

Y de todos los sitios que había en la clase, de todas las mesas libres, de todos los compañeros amables y simpáticos que había en el aula… tuvieron que elegir los pupitres que estaban a su lado. Tuvieron que elegirle a él.

Suspiró mientras se llevaba el vaso a los labios. El whisky le pasó por la garganta hasta su estómago y sintió una ligera sensación de ardor. Le encantaba que le ardiera la garganta de esa manera. Se echó sobre el sofá y cerró los ojos. El hielo tintineó, golpeando el cristal, cuando bajó la mano y la apoyó en su pierna. No podía dejar de pensar en las palabras de Kim.

Al fin y al cabo, quizá tenía razón. Quizá debería sentar la cabeza, plantearse de verdad el volver a estudiar y abandonar el whisky, las mujeres y a lo mejor también el tabaco. Quizá debería comportarse como la persona que el resto del mundo pensaba que era, serio, responsable y con un futuro brillante por delante gracias a su padre. Quizá.

Pero, aunque lo pensara, aunque una ínfima parte de su cabeza estuviera de acuerdo con Kim, jamás se lo contaría. Y estaba prácticamente seguro de que jamás lo llevaría a cabo.

Oyó unos pasos entrar en el salón y abrió los ojos. Kim estaba allí, vestida con una de las camisetas que él usaba para casa y que tenía un agujero a la altura del ombligo, por donde se adivinaba el brillo de su piercing. Se había recogido el pelo en un moño desordenado del que salían mechones rebeldes.

-He preparado algo de pasta… Creo que deberías comer bien por una vez.




·Cris.

1 comentario:

Indy dijo...

*Sonrisilla estúpida* Me has emocionado.

Qué monísima es Kim ^^ Y jo, me vuelve a morder la dichosa curiosidad. ¿Quién es esa pareja de mejillas sonrosadas?

Te quiero, mi cantante.