Allí, tendida como estaba sobre la hierba, dejaba que mis últimas respiraciones escaparan a marchas forzadas de mi maltrecho cuerpo. La sangre huía de mi cuerpo como un reguero de color granate que corría hacia su fin, el río. Me apretaba como podía la herida, pero mis fuerzas se iban poco a poco con cada respiración. Y me iba sintiendo más débil cada vez, los ojos se me cerraban más a menudo y yo no podía escapar de ese sueño que parecía querer dormirme.
Pero antes quería verte llegar. Quería ver tus ojos una vez más antes de que la herida de mi abdomen acabara con mi vida. Y todo apuntaba a que mis ojos se cerrarían para siempre no tardando. Pero no... no podía morir antes de que llegaras a mi lado y me sostuvieras entre tus brazos, rogando a Dios que no me llevara, intentando por todos los medios que mi vida no se escapara tan fácilmente.
Pronto te vi correr hacia mí. Traías la respiración entrecortada, el corazón desbocado y lágrimas en los ojos, porque desde lejos habías visto que yo estaba tendida en el suelo a punto de morir. No sin esfuerzo, sonreí y te miré a los ojos. Te tiraste a mi lado y apoyaste mi cabeza en tu regazo intentando no hacerme demasiado daño; pero fue imposible, porque cualquier movimiento me dolería y agravaría la hemorragia, tal como ocurrió. Con una mano intentabas tapar la herida, haciendo presión, mientras con la otra me acariciabas la cara. Pero ya era demasiado tarde. Mucha sangre había corrido hacia el río y ahora teñía sus claras aguas con un ligero tono malva. Quizá demasiada sangre.
Llorabas. Y yo no quería que llorases. Así que con un susurro en la voz, dije:
- No llores -mi voz hizo aumentar las lágrimas-. No llores, porque no quiero verte triste. Sabes que siempre odié verte llorar... -me agotaba hablar, pero las últimas palabras te las quería decir a ti, únicamente a ti-. Así que ya sabes. Desde donde quiera que vaya ahora no quiero verte llorar -sonreí, aunque más bien fue una mueca de dolor que una sonrisa-. Te quiero...
Y con tu nombre a punto de salir en mis labios, exhalé mi último aliento y dejé caer mi cabeza sobre tus manos. Derramaste ríos por mí, secaste todas las lágrimas que poseías. No me hiciste caso y lloraste, aunque yo no quería verte llorar.
Pero, aún muerta, te sigo queriendo. Pero, aunque no me hicieras caso, te sigo queriendo.
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