Se mantuvo despierto el tiempo suficiente como para ver la manera en que las farolas del barrio residencial se apagaban todas a la vez y dejaban la habitación con un ligero destello de amanecer. Y siguió despierto, sin que siquiera le temblaran los párpados. Para su desgracia, se había olvidado los somníferos encima de su mesilla de noche. Giró la cabeza y vio a Tara dormitar desnuda sobre la cama. La sábana descansaba a sus pies, arrugada y empapada, así que podía ver perfectamente todas y cada una de las curvas de su cuerpo. Su pecho subía y bajaba lentamente a merced de su respiración y, de nuevo, como todas las madrugadas que se sorprendía a su lado, reparó en las cinco estrellas que serpenteaban por su ingle izquierda.
Tara se revolvió sobre el colchón y se giró hacia un lado, dándole la espalda. Se le marcaba perfectamente cada una de las vértebras y sintió un chispazo dentro que le decía que se acercara a ella y le acariciara la espalda. Pero él estaba hecho para reprimir todos esos impulsos y, como era natural, lo reprimió.
Miró hacia la ventana. Sólo se veían un par de casas al otro lado de la calle del burdel. Pensó en su coche, aparcado delante de la casa de al lado. Y, sin que pudiera evitarlo, se acordó de Kim y de que ella era la razón por la que había ido allí. Se incorporó, sin ningún cuidado de molestar a Tara o de despertarla. Y cuando estaba a punto de poner los pies en el suelo, coger al vuelo su ropa interior, sus vaqueros y su camisa, la puerta se abrió bruscamente y apareció Kim, tapada escasamente con una camiseta larga que le marcaba las curvas casi inexistentes de sus pechos.
Connor alzó una ceja.
-¿Qué coño haces aquí? –preguntó la chica en un susurro. Aún poniendo empeño en no despertar a Tara, ésta se revolvió la cama y levantó la cabeza, pestañeando mucho y frotándose los ojos con el dorso de la mano. Su mirada pasó de Kim a Connor y de Connor a Kim. Alzó una ceja, aparentemente demasiado somnolienta como para sacar conclusiones por sí misma.
-¿Alguien me puede explicar lo que está pasando? –dijo. La voz la tenía cogida por el sueño.
-Tara, por favor, déjanos un momento a solas –pidió Kim, aunque a Connor le pareció casi una súplica.
La chica se encogió de hombros y, con el sueño pegado a las pestañas, recogió su ropa y salió de la habitación completamente desnuda. Al cerrar la puerta tras de sí, Kim giró la cabeza bruscamente y fulminó a su amigo con la mirada. Éste ni se inmutó, pero mantuvo la vista en los ojos de Kim, que llameaban.
-¿Cómo se te ocurre venir a verme una noche, Connor?
-Ya he venido más veces.
-Y siempre te he dicho lo mismo. No me gusta que vengas a verme, Connor, es incómodo cuando alguien me dice que he tenido una visita.
Apartó la mirada, ocasión que el chico usó para vestirse.
-¿Qué te crees que haces? –preguntó Kim, alzando la voz, cuando se percató de que Connor ya se estaba poniendo la camisa.
-Marcharme de donde no soy bienvenido.
Se levantó del borde de la cama, sin haberse puesto los zapatos, y anduvo decidido hacia la puerta. Se encontró con el cuerpo semidesnudo de Kim que le impedía la salida.
-Kim… -susurró. A la chica se le pusieron los pelos de la nuca de punta, de lo amenazador que había sonado su nombre en labios de Connor; era increíble las mil maneras que tenía su amigo de decir su nombre-. Apártate.
En un principio estuvo a punto de decirle que no, que no se apartaría, que se iba a quedar ahí quieta hasta que tuviera las suficientes agallas como para gritarle, insultarle y decirle todo lo que pensaba. Pero, al final, suspiró y se apartó, dejando que Connor saliera del cuarto y bajara las escaleras descalzo y con los zapatos en la mano.
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