Los dos cayeron exhaustos y jadeantes sobre el estrecho
colchón de la cama de Connor. Hacía calor, mucho calor, y el sudor corría por
su piel en finas gotas que dejaban surcos. Rouge rodó por la cama hasta poner
los pies en el suelo y ponerse de pie. Connor la observó a contraluz desde la
cama, jadeando todavía, y pudo ver cómo se ponía la camiseta encima de su torso
desnudo.
-¿Ya te vas?
-Si –Rouge se quedó quieta un momento en la penumbra de la
habitación y volvió la cabeza hacia Connor. Él pudo sentir cómo sus ojos se
clavaban en su figura, intentando averiguar por qué había hecho esa pregunta,
aunque lo cierto era que ni siquiera él lo sabía. Rouge probó suerte-. ¿Quieres
que me quede?
Connor sacudió la cabeza, casi espasmódicamente.
-No. Vete.
Rouge iba a decir algo, pero no lo hizo. Sabía que si
preguntaba algo no iba a obtener una respuesta clara y sincera. Así que se
encogió de hombros mientras Connor se levantaba de la cama, completamente
desnudo, y salía de la habitación. Se calzó las sandalias y siguió el rastro
del chico.
En el pasillo, la luz blanquecina del fluorescente de la
cocina iluminaba con una fuerza fría e impersonal. Cuidándose de no hacer
demasiado ruido, Rouge se acercó a la puerta y asomó la cabeza. Ahí estaba
Connor, desnudo, sacando de un botecito de plástico cuatro pastillas blancas.
-¿Connor…? –inquirió Rouge, viendo cómo Connor se metía las
cuatro pastillas de golpe en la boca y se las tragaba sin necesidad de agua-.
¿Qué es eso?
-Somníferos. Los necesito para poder dormir por las noches.
-Pero cuatro pastillas a la vez…
Connor se volvió bruscamente hacia ella.
-Soy lo suficientemente mayorcito como para saber cuántas
pastillas necesito para dormir o para, al menos, tener oportunidad para ello.
Así que, ahora, si me lo permites, me gustaría intentarlo.
Era como si, tomando las pastillas, todo el interés que
Connor pudiera tener en Rouge, todo lo dulce y a la vez salvaje que tenía
cuando estaban en la cama se hubiera esfumado con el orgasmo. Torció el gesto y
se apartó de la puerta para dejar pasar a Connor, que arrastraba los pies con
cansancio hacia su habitación. Desapareció al otro lado de la puerta y cuando
ya no estuvo a su alcance, Rouge suspiró con tristeza y, con los hombros
hundidos, fue hacia la puerta principal y se fue de la casa.
En la habitación, sin embargo, Connor estaba tirado sobre
la cama deshecha, casi esnifando el agradable olor a Rouge y a sexo que se
había quedado en su dormitorio.
Se maldijo por ser tan gilipollas.
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