Era ella la condenación sin juicio. La auténtica perdición. Ese tipo de persona que tiene en su destino llevar a los demás al infierno de cabeza. El cuerpo de pecado. El lugar del crimen. El camino a la oscuridad. La redentora de los criminales y de las almas puras, sin distinción. Pero sólo uno estaría dispuesto a seguirla, y ese era yo.
No sé si me merezco todas las miradas que arrastro tras de mí. No sé si merezco todas esas palabras (que mucho distan de ser amables) que me prodigan los hombres y alguna que otra mujer. No sé si merezco que la indiscreción desaparezca cuando yo cruzo la puerta del bar. Parece que huye de mí, al igual que la decencia. Tampoco sé si merezco a ese hombre que me mira desde el otro lado de la mesa, con una sonrisa amable y sincera.
Me había dicho, y me había asegurado que me seguiría ha cualquier sitio, incluido el mismo infierno. Pero sólo había una condición si caminaba por los oscuros senderos del Averno: y era que yo fuera de la mano con él.
Con una sonrisa, le dije:
- ¿Te pasa algo?
- Me pasas tú -me quedé de piedra. ¿Eso era algo malo? Tal y como lo había dicho no sonaba para nada mal, pero las palabras por si solas podían tener mucho significado. Esperé a que lo explicara. Le conocía y sabía que lo haría-. Eres tan... adorable. No tengo palabras. Lo único que puedo decir es que no sabes cuánto te quiero.
Lo sabía. Pero que me lo dijera me llenaba de felicidad. Yo también le quería, por supuesto. ¿Cómo no quererle? Era un auténtico cielo. Pero el problema era otro. Muchas cosas de las que decía me desconcertaban. No sabía lo que él sentía por mí. Además, ¿cómo saber lo que yo sentía por él? Acaba de salir de una época confusa para entrar en otra más confusa aún.
Pero de lo que si estaba segura era de que él me seguiría a cualquier sitio. Que se preocupaba por mí. Que me protegía. Que me quería. El cómo daba igual. Esto no era la ética de Kant, pensé. Él me quería y eso era lo importante. Punto. Y si él me seguiría hasta el infierno... yo también le seguiría a él.
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