El reloj de su mesilla decía que eran las tres y media de la madrugada. Llevaba metido en la cama desde más o menos la medianoche y no había conseguido dormir ni un mísero minuto. Suspiró. Hacía un calor de mil demonios y, aún con la ventana abierta de par en par, seguía sudando como un pollo. La sábana se le pegaba al torso desnudo, de tan empapado que estaba en sudor.
Se incorporó y se sentó en el borde de la cama, con la luz que entraba de la calle como única manera de ver lo que le rodeaba. La habitación estaba prácticamente vacía, no se había molestado en decorarla lo más mínimo. No le gustaba decorar, pensaba que era estúpido y que sólo valía para gastarse un dinero que podría invertir en otras cosas.
Volvió a suspirar. Odiaba no poder dormir. Abrió lentamente el primer cajón de la mesilla de noche, en la que guardaba prácticamente todo lo que le importaba que estuviera en esa habitación, y sacó un pequeño bote de pastillas para dormir. No confiaba demasiado en ellas, pero al menos le dejaban atontado y era como sumergirse de nuevo en un sueño casi reparador.
Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina, bote de pastillas en mano, y allí se sirvió un vaso de whisky sin hielo. Abrió el bote y dejó que tres pastillas cayeran en la palma de su mano. Quizá eran demasiadas, pero así conseguiría un mayor efecto. Seguro que el doctor no estaba de acuerdo con ello, pero le daba más bien lo mismo; era su vida. Un médico del tres al cuarto no tenía por qué decir qué hacer o qué no hacer con su vida por las noches.
Se metió las tres pastillas a la boca y después se bebió todo el whisky de su vaso. Lo dejó en el fregadero, para marcharse después con paso lento y arrastrando los pies hacia su cama. Qué sueño tenía...
Cris
1 comentario:
Hay sueños que no deberían ser vividos.
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