Qué bella es. Sus ojos verdes sonríen por si mismos, iluminan la habitación en la que nos encontramos ella y yo, en silencio, casi a oscuras si no fuera por sus ojos. Su pelo negro se desliza por su espalda en ligeros mechones que yo tantas veces he cepillado, aunque a regañadientes. Su boca redonda ha susurrado tantas noches, tantas veces, que me quería que ya he perdido la cuenta. Y sus manitas... ya no son tan pequeñas, ya no son tan delicadas. Se han convertido en las manos de una mujer. Ella misma se ha convertido en una mujer. Y con esas manos de mujer se labrará su destino lejos del mío.
Cuántas veces me he empeñado en ver en ella a esa niña que, con una mochila llena de ilusiones y una manzana, se iba al colegio correteando por las calles en cuesta de la ciudad. Cuántas veces me habré colado en su habitación por la noche, mientras dormía, y he deseado volver a oírla llorar para abrazarla y consolarla, cómo hacía antes. Cuántas veces me he quedado mirando cómo caminaba por los pasillos de la casa, alzando ante el mundo su belleza, ya crecida. Cuántas veces habré deseado que el tiempo se parara, que se pudiese congelar las imágenes de la vida, para poder disfrutarla para siempre...
Pero el tiempo no es eterno, y la vida menos. Y ahora cada una debe llevar sus propios caminos, por mucho que me duela, por mucho que nos duela. Yo la quiero, ella me quiere. Pero también le quiere a él y ha decidido recorrer el resto del camino de su vida a su lado. Y no se lo reprocho. Pero a cada paso que da hacia la puerta, con su vestido de novia recién estrenado y su ramo de flores entre las manos, siento un poco más que la pierdo. Que la voy perdiendo. Y siento en el fondo de mi alma cómo se desgarra, pensando que no la tendré de nuevo entre mis brazos.
No sé muy bien porqué derramo lágrimas. No sé si es porque me emociona verla feliz, sentir que por fin ha encontrado su camino junto al hombre al que ama... o porque siento que la pierdo, que escapa de entre mis dedos como el agua cuando intento cogerla.
Al fin y al cabo, ella es libre de marcharse.
- Cariño... -la digo, con voz temblorosa y lágrimas en los ojos-. Te quiero.
Ella se vuelve, sonríe y me responde que también me quiere. Y siento que es el te quiero más sincero que me han dicho en la vida. Vuelve hacia la puerta y reanuda sus pasos hasta desaparecer por el pasillo, camino a la capilla que la unirá para siempre a ese hombre.
Y yo no puedo dejar de llorar.
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